No queremos que se pierdan, por ello os invitamos a leer algunas anécdotas que ya hemos publicado hace algunos años. Después de muchos años de vida, Batiburrillo aún conserva una gran cantidad de publicaciones, aparecidas en algún momento en este sitio web.
El diccionario define la palabra Anécdota de la forma siguiente: Relato breve de un hecho curioso que se hace como ilustración, ejemplo o entretenimiento. En nuestro viaje por la red hemos recogido algunos de estos curiosos relatos.
Podéis encontrar otras anécdotas en Batiburrillo.net con solo escribir la palabra en el buscador incorporado. Así podéis encontrar en la lista, por ejemplo, Dos historias de sabios: Ampere y Norbert Wiener. Aquí tenéis las de hoy, leedlas con calma y disfrutadlas.
Wittgenstein y el tren
Se cuenta que el filósofo Ludwig Wittgenstein se encontraba en la estación de Cambridge esperando el tren con una colega. Mientras esperaban se enfrascaron en una discusión de tal manera que no se dieron cuenta de la salida del tren.
Al ver que el tren comenzaba a alejarse Wittgenstein echó a correr en su persecución y su colega detrás de él. Wittgenstein consiguió subirse al tren pero no así su colega. Al ver su cara de desconsuelo, un mozo que estaba en el andén le dijo:
– No se preocupe, dentro de diez minutos sale otro.
– Usted no lo entiende- le contestó ella- él había venido a despedirme.
La catedral de Astorga
La construcción de la catedral de Astorga fue una fuente de enormes quebraderos de cabeza para Antoni Gaudí.
Llegó el momento de montar el triple arco abocinado del pórtico. Media ciudad llenaba los alrededores de las obras contemplando a Gaudí que, arrebatado, dirigía la operación. Arquitectos y académicos de toda España esperaban con sonrisa irónica el resultado de aquella locura.
Las dovelas se derrumbaron. Gran alegría para muchos. Se reinició el trabajo y volvieron a caerse. Al anochecer se inició por tercera vez y un fuerte vendaval derribó los arcos.
Era el desastre. Lejos de amilanarse, Gaudí dejó el puesto directivo y con sus propias manos, desollándose y con la ayuda del operario Luengo, rehizo los arcos. Después de poner la última piedra, arquitecto y albañil, exhaustos y ateridos, se fundieron en un emocionado abrazo. Las manos ensangrentadas dibujan una rosa en la nieve.
Continencia urinaria de Franco
Recurrimos a «La historia de España contada para escépticos» de Juan Eslava Galán. Nos cuenta lo siguiente:
«El Caudillo vivía en un palacio dieciochesco, rodeado de muebles de época y tapices de Goya y los obispos lo llevaban y traían bajo palio, pero su alcoba era de una austeridad monástica, de una simplicidad cuartelera; dos camas de caoba cubiertas por colchas verde manzana y separadas por la repisita del teléfono.
Sobre la mesita de noche, un modesto flexo. Delante de las camas, el brazo incorrupto de santa Teresa, bien a la vista, sobre una cómoda, dentro de artístico relicario. A base de autodisciplina, como un bonzo nepalí, consiguió dominar por completo sus necesidades fisiológicas.
Su legendaria capacidad de retención urinaria traía por la calle de la amargura a sus colaboradores que, cuando lo acompañaban en un viaje oficial, nunca encontraban ocasión de aliviarse. El ministro Fraga se percató de que el régimen comenzaba a hacer aguas el día que el dictador interrumpió uno de sus interminables consejos de ministros para ir al retrete«.
El doctor Livingston
Quién es el autor de la frase: «¿El doctor Livingston, supongo?». De esta manera saludó el americano Henri Morton Stanley al escocés David Livingston cuando en 1871 se encontraron a las orillas del lago Tanganica.
Livingston llevaba varios años perdido en el corazón de África y el diario New York Herald organizó una expedición en su búsqueda. Después de más de veinte meses de pesquisas, Stanley halló a Livingston, quien disfrutaba plácidamente de su nueva vida y no mostraba el menor signo de preocupación. Sin embargo, el aspecto y el color de su piel no crearon ninguna duda en el americano sobre la identidad del personaje.