Son muchas las cosas que nos sorprenden cada día. Algunas, como las que relato a continuación, entran dentro de la calificación de insólitas. Ambas ocurrieron en el pasado, hace ya algunos años.
Entran dentro de lo que podemos calificar como algunos hechos que no tienen sentido. Acabo de recuperarlos del baúl de los recuerdos para todos vosotros.
Brazo vs huevos
El padre, bastante mayor, de una compañera, se cayó en el interior de un gallinero de su propiedad (estaban pasando el domingo en el pueblo). Tuvieron que levantarlo porque el era incapaz de ponerse en pie. Rápidamente comprobaron que algo grave le pasaba. Se había roto el brazo, un hueso del hombro.
Ya levantado y, con el brazo izquierdo encogido, metió la mano en el bolsillo derecho de su chaqueta y le dijo a su hija:
— Toma – entregándole un huevo de gallina en perfecto estado.
Del mismo bolsillo sacó otro huevo más y un tercero del bolsillo izquierdo (tuvo que cruzar, con evidentes síntomas de dolor, su brazo derecho sobre el dañado). Todos los huevos estaban sanos, sin romper, tal como los habían puesto las gallinas.
Rompió su brazo pero, en cambio, salvó tres elementos de fragilidad extrema. ¡Cosas de la vida…! O de algunas formas de vivir.
¿Cristal irrompible?
Día treinta y uno de diciembre de hace ya muchos años. Eran las nueve de la noche y estábamos tomando el último “chato” antes de irnos a cenar. En el bar entró un individuo, con una respetable borrachera y un frágil cristal de respetable tamaño, seguramente para reponer en una ventana. Lo llevaba sujeto con su mano derecha, protegida por un papel, y colocado debajo del brazo. Nos llamó la atención la escena y todos los que estábamos allí esbozamos una sonrisa (o una sonora carcajada).
Cenamos, cada uno en su casa. Despedimos el año viejo y recibimos el nuevo tomando las uvas en familia.
Era la una de la mañana, o tal vez más tarde, y nos volvimos a encontrar en otro bar para tomar la primera copa del nuevo año. Cual no sería nuestra sorpresa cuando al cabo de un rato entró el individuo de antes, más borracho todavía, y con el cristal debajo del brazo. Habían transcurrido más de cuatro horas y, a pesar de sus movimientos inseguros provocados por la intoxicación etílica, seguía conservando intacto a su “callado acompañante”.
Dicen que a las seis de la mañana se le vio, ya no tan tambaleante, dirigiéndose a su casa con el cristal entero y sano. Tal vez, lo único que empañaba al sufrido vidrio fuesen los vahos alcohólicos que lo acompañaron toda la noche. Ni una esquirla se había perdido de su transparente estructura.