No lo entiendo, no lo he entendido y nunca lo entenderé. No comprendo como un padre o una madre puede hacerle un daño deliberado a su hijo o hijos. Es como llevar a término un atentado contra una parte de nuestro cuerpo, de nuestra sangre, de nuestro ser y estar. Lo que no me cabe en la cabeza es que un padre pueda llegar al doloroso extremo de matar a sus dos hijos y de quemarlos, de someterlos a temperaturas próximas a la fusión del hierro para que no queden restos.
Ya sabéis a lo que me estoy refiriendo. Hoy todos los medios se refieren a la terrible salvajada que se imputa a José Bretón, al que se le acusa desde hace cerca de un año de la desaparición de sus dos hijos pequeños. Al parecer lo que un principio se descartó ahora se considera viable. Los restos de seres vivos encontrados entre las cenizas de una infernal hoguera pueden corresponder a los de la niña y el niño que un día tuvieron la desgracia de ser engendrados (perdón por la dureza de mis palabras, a la madre no podemos imputarla, sólo consolarla).
Al ver la fotografía que os muestro se reafirmaron mis ideas, se confirmó que los animales nunca serán capaces de hacer lo que algunos de nosotros son capaces de hacer: destruir y matar por venganza. ¿Qué rutina de nuestro imperfecto sistema operativo es la que dispara esta agresividad, la que nos convierte en salvajes, en más salvajes y ruines que cualquier otro ser, de entre todos los que pueblan la Tierra? La imagen desprende amor mutuo, el que fluye entre la madre (o el padre) y su hijo (o hija). Y ese amor seguirá vivo para siempre…