No siempre se ha tenido, en el devenir histórico, la misma idea que hoy poseemos sobre como se genera un ser vivo. Que la vida se transmite de progenitores a descendientes es algo relativamente reciente en la larga historia biológica. Podemos afirmar que fue Aristóteles el que trató, en la Antigua Grecia, de resolver el enigma al afirmar que los seres vivos proceden de otros semejantes pero también, aquí surge la duda mantenida durante lustros, que pueden originarse a partir de la materia inerte.
Esta duda se mantuvo hasta el siglo XVI y alentó lo que conocemos como generación espontánea. Las sustancias en descomposición podrían ser la madre de nuevos seres vivos. Así, durante la Edad Media, un tratado de Botánica, escrito en el año 1609, explica que en Escocia vive un árbol con unas hojas singulares. Cuando éstas caen al agua se convierten en peces y si caen en tierra se transforman en aves.
Sin llegar a los extremos del árbol escocés, en la época se pensaba que eran las hembras las generadoras de nuevos seres, sin la intervención de los machos. No se entendía en realidad cuál era la misión de éstos. Se llegó a decir que solo actuaban con un fin estimulador sobre la hembra. Fueron los experimentos de Redi, Spallanzani y Pasteur los que demostraron la falsedad de la generación espontánea y alentaron la idea de que todo ser vivo procede de otro semejante.
Animaculistas
El holandés Anton van Leeuwenhoek (1632 – 1723), utilizando un rudimentario microscopio construido por el mismo, examinó el semen del hombre y de varios animales. Comprobó que había una gran cantidad de animáculos, los espermatozoides, que se movían de un lugar a otro a gran velocidad.
Este descubrimiento, el de las células reproductoras masculinas, fue el origen de la teoría espermatista o animaculista. Según Leeuwenhoek y sus seguidores se veían en estos animáculos a seres diminutos que poseían ya todas las partes de los que más tarde surgirían y se desarrollarían como adultos. Ya no eran las hembras las transmisoras de vida sino los machos. Ellas tenían una misión receptora.
Ovistas
A pesar de que circuló en el siglo XVII un famoso dibujo realizado por Nicolas Hartsoeker en el que un hombrecillo u homúnculo aparecía en la cabeza de los espermatozoides, surgió una nueva idea, que circuló entre el vulgo, que defendía que los seres vivos procedían de un huevo.
Los defensores de esta teoría, los ovistas, decían que el ser preformado se encontraba en el huevo, aunque fuese casi invisible. Vallisneri, Spallanzani y Albrecht von Haller fueron grandes defensores de esta teoría.
De los preformacionistas a los epigenistas
Tanto unos como otros, animaculistas y ovistas, eran preformacionistas, ya que consideraban que el nuevo ser estaba preformado, pero no desarrollado. Caspar Friedrich Wolff propuso en 1759 una doctrina que trataba de explicar el desarrollo embrionario, la teoría epigenética.
Para él y los defensores de esta teoría el embrión era consecuencia del crecimiento y diferenciación de células procedentes de la célula huevo. Wolff está considerado como el padre de la moderna Embriología. Su concepto de capas para explicar la división de los óvulos que darán origen al embrión tras un conjunto de procesos sirvió para explicar la formación de células especializadas que proceden de la célula huevo original.