Es ahora el momento, aunque cualquier instante es bueno, de recordar esta Carta de una niña a la Asociación Mundial de Educadores Infantiles. Lo digo porque estamos empezando un nuevo curso. Seguro que nos va a servir para reflexionar. No sólo a los que nos dedicamos, o nos hemos dedicado, a la educación sino a todos los que soportan la difícil labor de convivir con niñas y niños. Son varias las lecturas que se pueden hacer de esta carta, pero hay una que es clara y precisa: en la educación no debe haber imposiciones ni abandonos, hay que marcar el camino, indicar la ruta, y alimentar al caminante con cariño, con amor, con esperanza. Hay que corregirlo en sus desvaríos y sugerirle, utilizando lo que nos ha aportado la experiencia, lo que es lo mejor para él y para todos, enseñarle lo que todavía no sabe. Sin imposiciones, animándolo a que lo descubra por si mismo.
Queridos amigos:
Soy una niña. Tengo un hermano. Me llamo Esperanza, pero no sé la edad que tengo. Mejor, creo que tengo todas las edades de mi infancia. Cuatro meses en el vientre-piscina de mi madre, o tal vez, ya diecisiete meses a pleno pulmón respirando ese aire tan denso que me habéis preparado; o cuatro años y medio y ya frente al ordenador, precozmente estimulada, como os he oído decir, para que el tiempo (¿Qué tiempo?), no pase en balde. Cualquier edad vale imaginar para que os hable.
Me alegro mucho saber de vuestra asociación, ¡cómo no!, relacionados y preocupados por hacer el bien, por acertar, por contaros experiencias y saberes. Decíroslo todo, en torno a nosotros, a mí y a mi hermano.
Todo es una gran noticia, una buena empresa, un camino de luz en el bosque enmarañado de la ignorancia y de los errores.
Amigos, educadores, que me cuidéis, que me améis. No me deis cosas, juegos, distracciones. Os necesito a vosotros. Vuestra sonrisa, vuestra mirada, vuestra caricia, vuestra voz y vuestra palabra, vuestra confianza, vuestro modelo y vuestro entusiasmo. No me contéis cuentos, contadme vuestra alma. No olvidéis que soy casi nada. Indefensa, torpe, inacabada por todos los costados, sin vuestro amor, nada.
En los últimos tiempos, parece que ocurren cosas algo raras en el escenario de la vida cotidiana. De eso, he oído a mis padres parlotear en casa. Que si el trabajo, que si la gran ciudad, que si las prisas, que si la guardería. Que me tienen que estimular, que puedo y debo aprender lenguas, que si el ordenador, que si el violín es cosa comida con el método de un japonés que se llama como la moto de mi tío Benito… No sé, aun he oído algunas cosas más. Veo, que hay algo, como enredadillo.
Recuerdo que mi abuela me ha contado ya algunos cuentos de sus tiempos. ¡Y qué bonitos! ¡Cuánta magia, juegos, vida, luz y bonanza!
Amigos, educadores, estimuladme pero no os paséis; no me hagáis curricular, globalizado y evaluable, pronto, antes de tiempo; podéis traicionar la fuerza original de la vida; no me traigáis signos artificiales, herramientas útiles y criterios de rentabilidad; podéis estar sembrándome enfermedades del alma y, luego, no habrá magia que pueda reorganizar lo que dejasteis en mi, maldad de una tacada; complementad pero no sustituyáis la sonrisa, la mirada, la voz y la palabra de mi madre y de mi padre, germen inolvidable de mi yo y de mi esperanza.
Se que así, unidos y comunicados, puedo esperar para mi, para mi hermano y para todos los otros niños del mundo, lo mejor de vuestra profesión y de vuestra gracia, estimulación respetuosa y adecuada, que alimente y reproduzca en mí los mejores sentimientos que son raíz de belleza y bonanza, búsqueda de mi alegre plenitud para ser más humana, no sólo para rendir mejor en el hacer de la vida económica, contacto constante con lo más auténtico de nuestras vidas y de las cosas que nos rodean. olvidándonos de las utilidades y manipulaciones convenientes, deseo de ser auténticos, directos y claros y atender a todo lo que nos rodea y nos enmarca.
Gracias y buen trabajo. Os esperamos la infancia del mundo ilusionado. Ánimo y el mejor abrazo de una infancia esperanzada.
Carta leída en la UNESCO