Uno de los bienes más preciados que poseemos los seres humanos es la vida. Cuando la perdemos se acabó todo. A pesar de ello son muchos (si muchos, no exagero) los que arriesgan su vida diariamente. Trabajadores que no respetan las normas de seguridad. En ocasiones también hay otros culpables: los patronos que no las hacen cumplir o que no ponen todos los medios a su alcance, económicos y de vigilancia, para que las normas se respeten.
Un técnico en seguridad laboral relataba hace ya algún tiempo episodios rocambolescos, que pueden servir de argumento a una tragicomedia. Seguramente, como me ha ocurrido a mi, los tomaréis con humor, pero con la vida no se juega… El drama puede enturbiar y llenar de amargura lo que, tal vez, al leerlo nos provoque una sonrisa o hasta una carcajada.
La cuerda
En uno de sus controles, el técnico en seguridad, se acercó a una obra en la que se está construyendo un edificio de varias plantas. Observó que los obreros se movían por las alturas sin ningún tipo de protección. Se acercaban al borde del vacío sin nada que los sujetase en el caso de que un traspiés los hiciese caer desde una altura considerable.
Ante el peligro eminente, les explicó, al encargado y a los obreros, que debían sujetarse con un arnés a una cuerda que, a su vez, estaría fuertemente amarrada a una columna. De esta forma si un obrero sufriese un desmayo o un resbalón, no se perdería en el vacío estrellándose contra el suelo. Todos, patrono y obreros, entendieron el sentido de la protección y estuvieron de acuerdo en practicarla.
El técnico volvió a la semana siguiente y se llevó una gran sorpresa. Había un obrero con el arnés sujeto a la cuerda. Era el único que estaba en esos momentos en la planta más elevada. Pero, al observar la cuerda, al técnico le llamó la atención la longitud de la misma. Era más larga que la altura del edificio.
La paleta
Un obrero sabía que el encargado no le iba a dar permiso para asistir a las fiestas de su pueblo. Urdió una trama para conseguir ir a su casa natal y disfrutar de dos días de vacaciones. Le pidió a un compañero que le diese un pequeño golpe con una paleta, de las que utilizan los albañiles para extender la masa, en su mano derecha. Lesionado, acudiría al médico para que le diese la baja.
El golpe fue tan fuerte que rompió dos tendones y algunos carpianos y metacarpianos. El destrozo fue tremendo. Los resultados inesperados: el lesionado y el autor de la lesión fueron despedidos del trabajo. ¡Con el pan no se juega!
El menhir
Así es como le llaman a la máquina que pulveriza piedras gigantescas. La piedra cae, llevada por una cinta transportadora, sobre las fauces del artilugio mecánico que se ocupa de convertirla en arenilla. Dos grandes planchas ejercen una fuerte presión que rompe la piedra, deshaciendo la cohesión entre sus partículas. ¿Os imagináis lo que haría esta máquina con el cuerpo de un hombre?
Cuando una piedra se atranca, en vez de parar la máquina y recolocar la piedra, uno o más obreros se suben a la roca y la empujan hacia abajo saltando sobre ella. Desde abajo, el resto de obreros, los jalean y animan como si de una actuación circense se tratase. Y cuando la máquina recupera el movimiento, después de haber sido vencida la obstrucción provocada por la piedra, el jolgorio abajo aumenta. Se hacen apuestas (¿saldrán o no indemnes los artistas?) mientras los arriesgados pateadores de rocas tratan de evitar el ser deglutidos por la trituradora. ¡Patético!