Hay muchas formas de llamar la atención. Una de ellas es la utilizada por el hombre de la fotografía, que se permite llevar una pecera en la cabeza, con agua e inquilinos. ¿Es o no es un exhibicionista? Todo apunta a que lo sea, pero también podemos pensar en otras posibilidades. Tal vez sea un amante del submarinismo (o del más generalista subacuitismo), y ante la imposibilidad de sumergirse en los fondos acuáticos (quizás marinos) satisface sus ambiciones llevando el agua y sus pobladores en su cabeza y rostro, aguantando todas las incomodidades que esto supone. ¿Qué pensarán los pececillos, si es que piensan?
¿Te has fijado en las gafas, la pinza en la nariz y el tubo que le sirve para respirar? Todo tiene explicación, hay que proteger los ojos, impedir que el agua se cuele a través de las fosas nasales y obtener oxígeno y liberar dióxido de carbono. El extrafalario individuo ha conseguido su propósito. No sólo ha fijado en él la atención de las mujeres que se ven al fondo, suponemos que ha sido foco de interés de todos los que se cruzaron con él. Internet, además, lo ha catapultado a la fama. Sólo falta ahora que surjan imitadores.