Nuestro planeta está siendo continuamente bombardeado por radiación de alta energía proveniente del espacio exterior; mayormente protones y núcleos livianos. La alta atmósfera recibe esta lluvia y sus átomos sufren colisiones con estas partículas, generando mesones y neutrones secundarios. Los neutrones suelen ser absorbidos por los átomos de nitrógeno 14 presentes, dando por resultado la creación de un isótopo de carbono 14 y un átomo de hidrógeno. Se forman unos ciento cuarenta átomos de carbono 14 en cada minuto, por cada centímetro cuadrado de la superficie de la Tierra.
Este isótopo de carbono es inestable, por lo que se torna radiactivo. Emite una partícula beta de baja energía, unos 0,15 mega electrón-voltios. Todas las sustancias radiactivas cumplen una ley estadística de grandes números que se conoce como «período de semi-desintegración radiactiva»; esta ley consiste en que, dada una masa considerable de un radioelemento, ésta se reducirá radiactivamente a la mitad al cabo de un tiempo característico. En el caso del radiocarbono, ese período es de 5.880 años, aproximadamente. ¿Qué quiere decir esto? Si hoy tenemos catorce gramos de carbono radiactivo en un sistema cerrado, dentro de 5.880 años habrá 7 gramos y 5.880 años después, 3,5 gramos. Esto es similar a una ley estadística de mortandad: supongamos que la mortandad promedio de sujetos de cincuenta años de edad en una sociedad determinada sea de uno cada mil. La proporción permite calcular la cantidad de muertes entre los individuos de cincuenta años en su conjunto, pero no predecir la muerte individualmente. Con los átomos pasa algo parecido: un átomo inestable puede manifestar radiactividad o no hacerlo; es imposible predecir si uno o un grupo se transformará en el siguiente instante o no pasará nada. Pero la proporción se cumple en el universo de la ley estadística. Hay que considerar que en catorce gramos de carbono 14 hay 6,0225 por diez elevado a la potencia 23 átomos de carbono 14. La ley de semidesintegración de las sustancias radiactivas es una ley estadística de grandes números verificada en macroescala. Un átomo de carbono 14 podría transformarse en el siguiente instante, 5.880 años después o nunca.
Luego de su creación, el carbono catorce pasa a formar parte del dióxido de carbono de la atmósfera y posteriormente entra en el metabolismo de las plantas y en toda la cadena alimenticia; por lo que hay carbono radiactivo en toda la materia orgánica del planeta. Se considera que actualmente se forman tantos átomos de carbono radiactivo como los que se destruyen por radiación, por lo que hay un equilibrio dinámico en la cantidad de carbono radiactivo presente en los organismos vivos. Al morir un ser, deja de ingresar carbono en su organismo, por lo que solo queda la degradación de sus átomos radiactivos presentes al momento de la muerte. Si se supiera la proporción de equilibrio de carbono radiactivo para una determinada época, se podría determinar el tiempo transcurrido desde la muerte de un ser midiendo el nivel de actividad de una muestra de su sustancia.
La revista Science del 10 de diciembre de 1965 relató aspectos de las exposiciones de un congreso de especialistas en la materia; en un párrafo dice: «Durante toda la conferencia se dio énfasis al hecho de que los laboratorios NO MIDEN EDADES, MIDEN ACTIVIDAD DE MUESTRAS. LA CONEXIÓN ENTRE LA ACTIVIDAD Y LA EDAD SE HACE POR MEDIO DE UN CONJUTO DE SUPOSICIONES…». Una de las suposiciones principales es que el equilibrio actual se mantuvo constante durante la ventana temporal que permitiría analizar el método (hoy unos 50.000 años). En realidad, se hace una corrección para los últimos 100 años, dada la enorme cantidad de carbón e hidrocarburos quemados por la industria y los medios de transporte. Si no se supusiera esto, ningún cálculo sería posible. Así, pues, mediante una simple «regla de tres» se calcula la edad de una muestra.
Si los científicos involucrados fueran personas reflexivas, sus sentencias deberían ser condicionales: «Si el nivel promedio del radiocarbono hace treinta mil años era igual o parecido al actual, esta pieza tendría una antigüedad de treinta mil años, con un error aproximado al más o menos diez por ciento». Contrariamente se dice: «Estos restos tienen treinta mil años», como si tuvieran el «Acta de Nacimiento» del objeto estudiado. Hablan con seguridad de cincuenta mil años atrás, pero no somos capaces de hacer un pronóstico meteorológico infalible para más de cinco días.
¿Son tan seguras como se cree las edades deducidas de la medición de actividad de las muestras orgánicas?
Un grupo de científicos de la Columbia University de Nueva York descubrió graves inexactitudes en el sistema Carbono 14, considerado hasta ahora como el más seguro para la determinación de edades en restos antiguos.
La revelación sobrevino cuando los investigadores utilizaron un método similar, pero sobre la base del torio – uranio, para datar los corales de las islas Barbados y obtuvieron evaluaciones diferentes de las resultantes del carbono 14, particularmente en muestras mayores a los 8.000 años. Las evaluaciones incorrectas detectadas alcanzaron márgenes de error de hasta 3.500 años.
¿Por qué las discrepancias? Descartados los errores de medición, una posible respuesta es que quizás el promedio de radiocarbono no haya sido constante en todas las épocas que abarca el método de medida.
Particularmente, hay un libro muy antiguo que dice que Elohim separó las aguas superiores de las inferiores y creó una expansión entre ellas. Esas aguas superiores cayeron posteriormente en un cataclismo llamado Diluvio que cubrió toda la Tierra y cubrió las montañas de entonces, que no eran tan altas como las actuales, pues el peso de las aguas caídas reacomodó las placas, hundiendo las partes débiles de la corteza y subiendo las más fuertes (si se nivelaran todas las irregularidades de la superficie sólida de la tierra, la corteza quedaría sumergida a 3.652 m de profundidad; hay 1.374.618.144,57 km³ de agua en los mares y océanos y sal para cubrir la superficie de los continentes con una capa de 150 km de espesor. Información suministrada en el Año Geofísico Internacional, 1957). Estas aguas sobre la atmósfera, quizás a unos 600 km de altitud, hubieran moderado la radiación cósmica a punto de disminuir el ritmo de formación de radiocarbono. Consecuentemente, al medir muestras de esa época y calcular con el promedio actual, las edades resultantes serían exageradas, mayores a las reales.
¿Es un problema científico? Sí. ¿Es un problema religioso? También. Es una lucha entre dos religiones. La Teoría de la Evolución (debería decir «las teorías») y la Biblia.
Los científicos agnósticos o decididamente ateos tildan de irracionales a las Escrituras y a quienes creen en ellas. Sin embargo, Dios tiene una propiedad que ellos usan constantemente: no tiene ni principio ni fin; igual que la recta y el tiempo, dos entidades que ellos utilizan «racionalmente» a diario. ¿Curioso, no?