Pocos términos suscitan en nuestro tiempo reacciones más encontradas y virulentas que el de consumo. Mientras que para unos se trata de un adjetivo impuro de enorme capacidad contaminante, cuya sola presencia basta y sobra para desacreditar al sustantivo que se le ponga por delante, para otros su existencia en el escenario contemporáneo es sinónimo de bienestar, prueba irrefutable de igualitarismo económico y hasta garantía de las libertades individuales.
Decimos sociedad de consumo, novela de consumo, cine de consumo, objeto de consumo, erotismo de consumo o política de consumo, y se provoca inmediatamente la discordia. Lo que en ciertos oídos equivale a lo más peyorativo que escuchar e imaginar se pueda, en otros, ese mismo sonido es interpretado positivamente. ¿Está la crisis relacionada con el consumo excesivo, también considerado como consumismo?
Consumo, concepto de múltiples significados
Estamos ante uno de los conceptos más polivalentes que ha producido la sociedad moderna, tan apto para anunciar el advenimiento del nuevo Apocalipsis como para constatar el reino de Jauja. Y precisamente en idénticos términos maniqueos suele plantearse el problema que nos ocupa: un ya largo debate en el que los críticos de los valores que comporta la sociedad de consumo interpretan esta profusión de objetos inútiles, el derroche continuo a que el ciudadano de los países industrializados se ve obligado, en esa dinámica vertiginosa, imparable, del tinglado en su loca carrera sin límites para dar salida a sus mercancías, como signo inequívoco de los últimos coletazos del sistema industrial. A la vez que para los partidarios del sistema consumista esa misma situación económica equivale a un milagro, a opulencia, a revolución sociológica, a nivelación cultural, a progreso histórico.
Críticas a la sociedad de consumo
Ni siquiera los tradicionales criterios políticos o ideológicos sirven aquí para mucho. Porque las más furibundas críticas a la sociedad de consumo, en no pocas ocasiones, surgen desde el interior del sistema capitalista, sin ponerlo en solfa. Cada día es más frecuente escuchar en los países socialistas, por parte de la clase dirigente, apasionadas defensas de la lógica industrial del consumo, como manera no solo de resolver los numerosos y graves problemas económicos gue tienen planteados, sino, también, de mejorar el nivel de vida de sus ciudadanos y de aumentar el techo de las libertades individuales.
Las confusiones que suscita la palabra consumo
Esta espléndida y generalizada confusión que la palabra consumo provoca en el momento actual nos habla ante todo del carácter altamente mitológico que el término arrastra, capaz de servir para el máximo descrédito o de ser utilizado con frecuencia como propaganda seductora. Lo cual quiere decir dos cosas. En primer lugar, que el apasionamiento ha desplazado al razonamiento y, consecuentemente, la discusión tiende a plantearse desde alguno de los dos extremos, sin rigor analítico. Y en segundo lugar, que los juicios a favor o en contra de la sociedad de consumo sirven en el fondo para expresar otra cosa: los nuevos e innombrados discursos ideológicos de las sociedades contemporáneas.
El sentido mítico de la sociedad de consumo
Pero este fuerte sentido mítico que acompaña en todo tiempo y lugar a la sociedad de consumo, suscitando reacciones tan contradictorias y vehementes, triturando a su paso las viejas y confortables teorías decimonónicas.
También señala el carácter central que desempeña en las sociedades industrializadas. El fenómeno del consumo, por tanto, no solo es concebido como un hecho económico, sino erigido en punto de inexcusable referencia de lo social, lo cultural, lo político, lo cotidiano, lo familiar.
Fuente: Temas Clave de Aula Abierta Salvat – La sociedad de consumo de masas. Publicado en el año 1981
Autor: Juan Cueto