Las bicicletas son para caminar, para ir de un sitio a otro dándole a los pedales, para dejarse llevar por la inercia cuando el terreno lo permite, para mantenerse en forma, para ir al trabajo, y también (entre otras muchas opciones), ¿quién nos lo iba a decir?, para colocarse como si de hormigas se tratase sobre el techo de un monovolumen, ese tipo de automóvil familiar, ideal para transportar grupos de seis o más personas.
Bicicletas sobre el techo
La imagen lo dice todo, no sé de donde ha venido la fotografía ni en donde está hecha. No es cuestión nuestra el discutir si el ideólogo de tal engendro (el que conduce el vehículo) es un ser civilizado o un individuo que no respeta las normas. (Aunque si he de ser sincero, me decanto por el segundo).
Una propuesta
Ahora que ya has visto la fotografía, quiero hacerte una propuesta, la que se vislumbra tras leer el título de este artículo: ¿cuántas bicicletas hay? Ya sé que es muy difícil contarlas (materialmente imposible, dirá más de uno), pero ahí está el desafío. Si hay algún voluntario, que además demuestre el por qué de su afirmación, lo invitaré a tomar un vino (o dos, si se tercia) con su correspondiente tapa o tapas. Eso sí, tendrá que desplazarse a Lugo, la ciudad en la que vivo. ¿Te atreves?
Habrá algunos que, después de leer mis disquisiciones, se preguntarán: ¿de qué va éste? He de confesarlo, siempre me gustaron las matemáticas y aún me siguen gustando. De hecho me he dedicado a explicar durante muchos años, y aún lo sigo haciendo en ratos perdidos, aritmética, geometría, álgebra, y lo que se tercie. De ahí mi desafío, tal vez por causa de una deformación profesional. Pero tranquilo, si tu paciencia no te autoriza a realizar el conteo, no te preocupes, estás dispensado de hacerlo.