La crisis está cambiando la sociedad. Hemos vivido durante mucho tiempo por encima de nuestras posibilidades. Muchos han comprado pisos que sabían que no podían pagar. Otros cambiaban de coche cada año sin necesidad. Había que comprar lo mismo que compraba el vecino. La sociedad era consumista (aún sigue siéndolo en parte) y el hombre y la mujer sólo vivían para gastar sin tiento, sin sentido. Ya nos lo contaba Jon Kenneth Galbraith en su obra La era de la incertidumbre. Estas eran sus palabras:
Semana tras semana, mes tras mes, año tras año, la empresa moderna ejerce en nuestra vida y en nuestro modo de vivir más influencia que los sindicatos, las universidades, los políticos y el Gobierno. Existe un mito en torno a ella, cuidadosa y asiduamente divulgado. Y existe una realidad. Ambas cosas guardan poco parecido… El mito es que su objetivo es ganar dinero para hacer cosas: pasarlo bien haciendo el bien. Y se pasa mejor cuanto mejor se sirve al público. Esto se consigue por medio del mercado, al que la empresa está totalmente subordinada… Generaciones de estudiantes aprendieron economía de Paul Antonny Samuelson… Su libro de texto establece la posición con sencillez y claridad: «se dice que el consumidor es el rey… cada uno de ellos es un votante que emplea su dinero como votos para conseguir que se hagan las cosas como él quiere que se hagan»…
Este es el mito. Pero el profesor Samuelson es un hombre tan sensible como distinguido. Por consiguiente, como otros economistas, vuelve a la realidad al salir del aula. reconoce que las empresas influyen grandemente en sus mercados -los precios que cobran, los costos que pagan -, que en el mundo real hay, según sus propias palabras, «oligopolistas que administraban los precios». Así manejan los precios a los que responde el no tan soberano consumidor. Y la empresa también educa los gustos de los consumidores de la manera que más favorece a sus productos. Nadie puede ignorar este poder. La publicidad que lo determina domina nuestra visión y llena nuestros oídos.
La empresa moderna ejerce también poder en y por medio del Gobierno. Nadie, salvo los beneficiarios, cree que sus pagos a políticos y a funcionarios públicos son meros actos de filantropía o afecto… Existe entre la empresa moderna y el Estado moderno una relación profundamente simbiótica, fundada en el poder compartido y la recompensa compartida.
El mito que sostiene que la gran empresa es la marioneta del mercado, la servidora impotente del consumidor, es en realidad uno de los ardides con los que perpetúa su poder… Pretendiendo que el poder no existe, reducimos en gran manera la necesidad de preocuparnos por su ejercicio.
Tras leer lo anterior, ¿a qué conclusiones llegamos? Está claro que las empresas, algunas empresas de alto alcance, y los políticos, son los que marcan el ser y el estar, mejor, el estar siendo. Cuando ellos quieran, mejor ellas, las empresas, tal vez volvamos a disponer de lo que disponíamos (o creíamos disponer), y, todos los que estén dispuestos y preparados, que ahora viven en la sombra, consigan un trabajo duradero, que les permita vivir.