Decenas de actos cotidianos, como lavarse las manos, preparar un café, regar las plantas, pegar un sello, amasar pan o barro o poner una inyección intramuscular, son posibles gracias a una de las características más fundamentales del agua: su capacidad para actuar como disolvente de gases, líquidos o sólidos.
Es precisamente este gran poder disolvente la causa de que nunca se encuentre en la Naturaleza en estado puro. El agua de lluvia, la menos contaminada, contiene gases y un 0,003% de sólidos disueltos a su paso por el aire, y su concentración aumenta desde el momento en que empieza a circular líquida por la superficie terrestre.
El gas disuelto en el agua
La cantidad de gas que puede ser disuelto en un volumen de agua depende del tipo de gas, de la presión y de la temperatura. Algunos, como el dióxido de carbono o el amoníaco, son muy solubles y favorecen el empleo de su disolución acuosa en multitud de usos industriales, o en el terreno de la alimentación.
Otros en cambio, como el nitrógeno o el oxígeno, se disuelven muy poco, aunque sea gracias a las pocas moléculas disueltas de éste último como respiran los peces y las plantas subacuáticas. En todos los casos, los cambios de presión y temperatura actúan sobre la solubilidad de los gases, aumentándola conforme aumenta la primera o disminuye la segunda.
El agua como disolvente de sólidos
El agua es capaz de disolver también muchos sólidos cristalinos, cuerpos constituidos generalmente por
iones de carga positiva y negativa unidos por fuerzas electrostáticas, y regularmente dispuestos en planos repetidos y orientados unos respecto a otros, formando una estructura reticular.
Las moléculas de agua, que son dipolos, pueden arrancar iones de los cristales, envolviéndolos de forma que neutralizan la carga del ion y lo mantienen en disolución. Así se disuelve la sal común en el agua.
El caso del azúcar es diferente, porque no se trata de un cristal iónico. Su disolución tiene lugar merced a la captación por los dipolos del agua de los enlaces polares de la estructura molecular del azúcar, en un proceso similar al de la mezcla del agua con el alcohol y la acetona en todas las proporciones.
El agua y las sustancias polares
La capacidad del agua como disolvente es nula en el caso de sustancias que, como la gasolina, el aceite u otras muchas sustancias orgánicas, no son suficientemente polares. La limpieza de una mancha de grasa en un vestido requiere el empleo de un detergente, es decir, un compuesto con un extremo de sus moléculas muy polar, soluble en la grasa.
El detergente se infiltra entre el agua y las partículas de grasa, envuelve a estas últimas y, sin llegar a disolverlas, las deja flotando individualmente, con lo que libera el tejido de la suciedad.
El agua y las moléculas muy grandes
Por último, debe reseñarse la existencia de moléculas muy grandes que no llegan a disolverse en el agua y permanecen suspendidas en ella, sin posarse en el fondo ni poder ser aisladas por filtración. Estas sustancias, a las que pertenecen muchos líquidos biológicos (la clara del huevo o las proteínas de la sangre, por ejemplo) o los líquidos del interior de las células, se dice que permanecen en estado coloidal. Su importancia fue total para la aparición de la vida.
Fuente: Temas Clave de Aula Abierta Salvat – El agua, cultura y vida. Publicado en el año 1981
Autor: Claudio Mans Teixido