Los conceptos geométricos parten de una realidad y de una abstracción. La geometría los avala. El plano es el principio. Y el plano es producto de nuestra imaginación: tenemos que representarnos una superficie plana, algo intuitivo, ilimitada por todas sus partes.
La recta es el borde de un semiplano, es decir, el límite de cada una de las porciones en que queda dividido un plano al hacer una doblez sobre el mismo o al hacer una intersección de dos planos. El punto es la intersección entre dos rectas. Y… a partir de ahí se pueden ir desgranando todas las definiciones que sustentan una parte fundamental de las matemáticas.
¿Para qué sirve la geometría?
La geometría sirve para descubrir y analizar el mundo que nos rodea. La naturaleza, las construcciones que llenan ciudades y pueblos, las máquinas e instrumentos, se pueden descomponer en sencillas figuras geométricas. Es apasionante el comprobar que cualquier objeto, animado o inanimado, está formado por triángulos.
A pesar de todo el juego que da la geometría, los programas educativos de Primaria y ESO la tienen olvidada. Ya no se profundiza, como antaño, en el estudio de esta rama primigenia de la matemática.
¿Cuántos alumnos de dieciséis años saben hoy lo qué es un ángulo diedro y ya no digamos triedro, cuántos oyeron hablar de Euclides o de Tales de Mileto, a pesar de que dichos conceptos e ilustres matemáticos, mejor filósofos, aparecen, por primera vez, en el programa de segundo de ESO?
Se priva al alumnado de la posibilidad de analizar el entorno en el que viven. Se coarta el desarrollo de la capacidad de descubrimiento a partir de la observación.
¿Y la gramática…?
¿Qué pinta aquí la gramática? ¿Tiene algo que ver con la geometría? Ambas disciplinas tienen en común el abandono en el que se encuentran dentro del proceso educativo.
Nuestros preadolescentes, adolescentes y jóvenes tampoco saben expresarse con soltura, ni escribir con fluidez, con rigor y sin faltas de ortografía. ¿En dónde radica el mal? En un punto, fundamentalmente: la falta de capacidad lectora.
Los muchachos y muchachas, los chicos y las chicas, no leen. No son capaces de añadir nuevas palabras a su vocabulario, de aprender a construir oraciones, de corregir fallos ortográficos… No entienden, en multitud de ocasiones, lo que les explican los profesores, porque no descifran el lenguaje empleado. No buscan en los libros porque no son capaces de leer con soltura. En muchos casos están próximos al silabeo, a pesar de que tienen más de diez años. No distinguen entre un verbo o un adverbio, o entre un nombre común y un adjetivo. No entienden el significado de los signos de puntuación y, en consecuencia, no saben implementarlos. No comprenden lo que leen. No utilizan el diccionario. Aunque, he de decirlo, también hay excepciones.
Se ha sustituido el libro por la consola de videojuegos, por el ordenador, por el televisor, por el teléfono móvil… Se han llenado las horas de actividades lúdicas. Las aceras de nuestras calles están plagadas de jóvenes que se mueven al son del WhattsApp y similares, solo atienden al móvil.
Se está rompiendo la posibilidad de aventura: la aventura de leer, de conocer el mundo que nos rodea. Se va a lo superficial, a lo inmediato, a lo fácil, a lo que no requiere esfuerzo. Se está negando la capacidad de descubrir. ¡Hay que hacer algo!