Recuerdo cuando yo era pequeño que, de vez en cuando, mi madre me daba algún que otro azote porque no había cumplido con lo que me decía. Mi padre nunca me dio un azote ni un cachete, solo necesitaba decirme lo que tenía que hacer y, con solo mirarme, sentía la obligación de cumplir con mis obligaciones.
Según unos recientes estudios llevados a cabo en la Universidad de Harvard, los azotes pueden afectar al desarrollo en el cerebro de los niños. Pueden producir los mismos efectos que originan otras formas más severas de violencia. Las investigaciones muestran una mayor actividad en ciertas regiones del cerebro de los niños que experimentan abuso en respuesta a señales de amenaza.
Resultados del estudio
Los investigadores descubrieron que los niños que habían recibido azotes tenían una mayor respuesta neuronal en múltiples regiones de la corteza prefrontal (PFC), incluso en regiones que forman parte de la red de prominencia. Estas áreas del cerebro responden a señales del entorno que tienden a tener consecuencias, como una amenaza, y pueden afectar a la toma de decisiones y al procesamiento de situaciones.
John L. Loeb, profesor asociado de Ciencias Sociales, director del Laboratorio de Estrés y Desarrollo del Departamento de Psicología e investigador principal del estudio, dijo lo siguiente al respecto: «Sabemos que los niños cuyas familias usan castigos corporales tienen más probabilidades de desarrollar ansiedad, depresión, problemas de conducta y otros males de salud mental, pero muchas personas no piensan en los azotes como una forma de violencia. En este estudio, queríamos examinar si había un impacto de las nalgadas o azotes a nivel neurobiológico, en términos de cómo se está desarrollando el cerebro».
La mitad de los padres en Estados Unidos han indicado haber dado azotes a su hijo o hijos en el último año y un tercio en la última semana. La información se podría extender a una gran cantidad de países. Lo que no se sabía hasta ahora era la incidencia que los azotes tenían sobre el desarrollo cerebral.
A tener en cuenta
Los trabajos de investigación se llevaron a cabo con 147 niños, con edades comprendidas entre los 10 y 11 años, que habían recibido azotes. Se excluyeron los niños que habían recibido otras formas más severas de violencia.
Cada niño yacía en una máquina de resonancia magnética y miraba una pantalla de ordenador en la que se mostraban diferentes imágenes de actores haciendo caras «temerosas» y «neutrales». Un escáner capturó la actividad cerebral del niño en respuesta a cada tipo de rostro, y esas imágenes se analizaron para determinar si los rostros provocaban diferentes patrones de actividad cerebral en los niños que recibieron azotes en comparación con los que no.
Los investigadores dijeron lo siguiente: «En promedio, en toda la muestra, los rostros temerosos provocaron una mayor activación que los rostros neutrales en muchas regiones del cerebro, y los niños que recibieron azotes demostraron una mayor activación en múltiples regiones de PFC a los rostros temerosos en relación con los rostros neutrales, que los niños que nunca fueron azotados».
El estudio continuará con nuevos análisis con el fin de averiguar la intensidad del daño que se produce en los niños castigados. Lo que es evidente es que los azotes no afectan de la misma forma a todos los niños pero, en todos, provocan daños de tipo cerebral que, en muchos casos, son irreparables. Por ello se recomienda a las familias que no utilicen estas estrategias con sus hijos.