Me viene a la memoria el descubrimiento, por casualidad como casi todos, que hizo durante la Segunda Guerra Mundial el ingeniero Percy Spenser cuando realizaba experimentos con un generador de altas frecuencias con el fin de utilizarlo como radar. Una tableta de chocolate que guardaba en uno de los bolsillos de su bata se derritió. Fue el punto de partida para la invención del microondas. A partir de ahora ese invento no sería posible, al menos si Percy llevase encima una tableta de chocolate Volcano.
Volcano
¿Por qué? Porque Volcano es un chocolate que no se derrite. Tiene muy pocas calorías y, ¡oh progreso!, ha perdido esa facultad que tienen todos los chocolates del mundo: disolverse en la boca mezclándose con la saliva e impregnando de sabor dulce y amargo las papilas gustativas de la lengua. ¡Se ha perdido la esencia!
No se derrite
Decían los promotores del chocolate que no se derrite, allá por el año 2009, que es ideal para lugares en los que hace mucho calor. El fabricante es el suizo Barry Callebaut, uno de los líderes mundiales en la elaboración de chocolates. Cuando se escribió la reseña, aún no estaba en el mercado. En principio iba destinado a los mercados de países cálidos, entre los que se encuentran China e India.
Un chocolate que pierde la esencia del producto
Para que una tableta de Volcano se derrita son necesarios 55 grados centígrados. Hubo, ya en los años 70 del pasado siglo, intenciones por parte de más de una empresa en fabricar y promocionar un producto similar al que hablamos aquí. El invento no fructificó, fue un rotundo fracaso. Es fácil de entender el por qué de este proyecto frustrado: si el chocolate no se derrite no es chocolate, ¡y punto! ¿Está claro?
¿Ha tenido éxito?
NOTA: Han pasado cerca de cinco años desde que Barry Callebaut anunció la producción de su producto, del chocolate que no se derrite, y, que yo sepa, al menos en nuestro mercado y mercados próximos no se ha presentado, o, si se ha hecho, no ha tenido éxito. ¿O tu has oído hablar de él?