El juego en su variante de apuesta deja sus huellas a través de la vieja China —se dice que un emperador inventó el wei ch’i en el 2300 antes de Cristo para esclarecer el torpe cerebro de su heredero, juego del que provendría el ajedrez— y también en la India védica, donde la poderosa dinastía de los Pandavas lo perdió absolutamente todo en una partida de dados contra la familia rival. Dados, por cierto, trucados.
La inclinación de las razas orientales al juego, la única pasión que iguala al amor, está fuera de toda duda y las apuestas se realizaban con cualquier pretexto allí donde coincidían dos hombres, y, por supuesto, con motivo de grandes espectáculos tales como carreras de carros y también sobre el desenlace de batallas o de guerras.
La Antigua Grecia
No se ha determinado con exactitud la influencia que Oriente haya podido ejercer a este respecto sobre Grecia y la civilización helénica, pero la fantasía de los mitos griegos para explicar las ideas de juego y azar tiene coloridos muy especiales.
Para los griegos, el origen del juego estaba en Tyche, diosa de la Fortuna, que fue seducida cuando paseaba por el Olimpo con el entonces joven dios Zeus. De este divino amorío nació una hija cuyo mayor y único gozo era inventar juegos de azar para aturdir la mente de los hombres, desesperándolos con sus pérdidas y lanzándolos hacia el suicidio. Su madre concedió a la cruel deidad una serie de mansiones en cuya puerta siempre brillaban las lámparas para atraer a los incautos que pasaran por sus cercanías.
Apostar y jugar en Grecia
Pero para los griegos el hecho de apostar fue menos importante que el de jugar en su sentido competitivo. Hoy el mundo conoce, gracias a ellos, los Juegos Olímpicos, que datan de cinco siglos antes de iniciarse nuestra era. Sin embargo, para sus creadores eran solo unos juegos más, junto a los Píticos, los Istmicos y los Nemeos, todos ellos destinados a resaltar las cualidades físicas de los participantes en homenaje a sus deidades.
Los Juegos Olímpicos se celebraban en honor de Zeus y trascendieron su carácter local llegando a constituirse en la más grande manifestación de culto para toda la población helénica. La competición no incluía únicamente pruebas atléticas y de lucha, también se disputaban las glorias del triunfo los poetas y los oradores y, de hecho, los Juegos eran un magnífico aglutinante entre los diversos grupos que iban a Elida (Olimpia) a tomar parte.
La importancia de las Olimpiadas
El carácter de las Olimpiadas atrajo la atención universal —de lo que en cada momento se consideró el universo— y su fama trascendió culturas y fronteras. El emperador romano Teodosio prohibió los juegos a finales del siglo IV de nuestra era.
No olvidemos que el hecho religioso o deportivo llevó aparejado el concepto de apuesta. Si correr o saltar se consideraba una ofrenda o una plegaria dirigida a los dioses, los espectadores de la prueba no tardaron en intercambiar premios y valores en defensa de sus atletas favoritos.
Las leyes griegas castigaban a los apostadores con la esclavitud, siendo ésta una de las pocas causas por las que personas de encumbrada posición social podían ser sometidas a tal pena. La razón estaba en que el juego debilitaba a los hombres y éstos a su vez al Estado. Pero la historia del juego en Grecia no es distinta a la de otras latitudes.
Los más privilegiados cayeron con frecuencia en el libertinaje, y en los banquetes era normal jugarse a una mujer deseada entre otros preciados «valores». Jugar a las adivinanzas o acertijos constituyó uno de los últimos destellos de la inteligencia griega en la decadencia de su civilización.
Fuente: Temas Clave de Aula Abierta Salvat – El juego: entre la habilidad y el azar. Publicado en el año 1982
Autores: Enrique López Oneto y Juan Manuel Ortega