El primero que se enfrenta al dogma de la generación espontánea, respetado tanto por su antigüedad como por la autoridades que habían confiado plenamente en él, es el italiano Francesco Redi, quien, cosa infrecuente en la época, recurre al método científico para comprobar la veracidad de dicha teoría.
Para explicarlo, Redi preparó un sencillo experimento consistente en dejar durante varios días unos trozos de carne en unos frascos, parte de los cuales se encontraban destapados y otra parte cerrados herméticamente mediante un pergamino.
Al cabo de los días, el científico pudo observar que en la carne situada en los frascos abiertos habían aparecido gran número de gusanos, tal y como proponía la teoría de la generación espontánea. Sin embargo, contradiciendo la citada teoría, en los frascos cerrados no aparecía ninguna forma de vida.
La aparición de seres vivos
Evidentemente, este experimento demostraba que la aparición de seres vivos a partir de la carne en putrefacción no siempre es posible. Sin embargo, algunos científicos consideraron erróneo el experimento de Redi, alegando que, si estos animales no habían aparecido sobre la carne, se debía simplemente a una falta de aireación de la misma.
Para despejar esta duda, Redi repitió de nuevo su experimento, pero, además de frascos abiertos y frascos cerrados, introdujo también pedazos de carne en otros que se hallaban cubiertos por muselina napolitana que, aun siendo una tela muy tupida, permitía perfectamente el paso del aire. Sin embargo, en contra de lo que esperaban los seguidores de la generación espontánea, tampoco en estos frascos aparecían signos de vida alguno.
La creación de vida
El experimento de Redi no quedó únicamente en una demostración de la imposibilidad de crear vida a partir de la carne en putrefacción. Observando los gusanos aparecidos, descubrió también que no eran otra cosa que larvas de las moscas que durante el experimento habían revoloteado alrededor de los frascos.
La conclusión que Redi extrajo de su experimento fue entonces que los gusanos que aparecían sobre la carne de los frascos destapados provenían simplemente de los huevos que las moscas habían depositado sobre la misma, y no porque la carne en si hubiese sido el origen, lo que se demostraba porque, al no poder dejar las moscas ningún huevo por hallarse los frascos tapados, no aparecía en los mismos ningún signo de vida. Sin embargo, la influencia de la generación espontánea era tal, que incluso Redi admitió la posibilidad de la misma en animales como los gusanos intestinales o los de la madera.
La nueva teoría
La polémica, sin embargo, no había quedado zanjada, ya que pocos años más tarde un excepcional observador, el holandés Anton van Leeuwenhock, con ayuda de lupas que él mismo construía, descubrió la existencia de una infinidad de seres microscópicos desconocidos hasta el momento.
En una de las 365 cartas que dirigió a la Royal Society explicaba así sus observaciones:
«En agua de lluvia que había permanecido durante varios días en un jarro vidriado, descubrí criaturas vivientes. Esto me impulsó a examinar dicha agua con mayor atención, y sobre todo, estos pequeños animalículos que me parecieron diez mil veces más pequeños que las pulgas de agua que pueden verse a simple vista«.
Conclusión
La existencia de estos pequeños seres hizo que los defensores de la generación espontánea volvieran a cobrar auge. Admitirían que los animales superiores no nacían espontáneamente de materia en descomposición, pero mantendrían sus teoría para los animalículos descubiertos por Leeuwenhoek.
De nuevo comenzaron las discusiones y volvieron a repetirse experimentos que permitieron comprobar las distintas teorías, aunque ahora todas ellas se refirieran al mundo microscópico descubierto por el sabio holandés.
Fuente: Temas Clave de Aula Abierta Salvat – La vida: origen y evolución. Publicado en el año 1980
Autor: Benjamín Fernández Ruiz.