Desde el nacimiento hasta la edad adulta el hombre recorre un enorme camino que supone descubrimientos mucho más magníficos que las grandes exploraciones geográficas realizadas por las Humanidad.
Estamos tan acostumbrados a ver ese desarrollo que nos parece algo natural, pero cuando lo examinamos de cerca resulta absolutamente sorprendente. Los retrasos y las dificultades en el desarrollo que experimentan algunos sujetos hacen resaltar más la complejidad del proceso.
Conductas al nacer
Al nacer, los seres humanos poseen un número de conductas limitado a las que se suelen denominar reflejos. Entre esos reflejos están los de succión, prensión, micción, defecación, estornudo, reptación, marcha, asimiento, etc. A partir de este repertorio limitado el niño va a construir, en interacción con el ambiente, todo su desarrollo intelectual, va a formar su inteligencia y todos sus conocimientos.
La importancia de los reflejos
Los reflejos no evolucionan todos de la misma manera. Algunos se conservan de forma casi inalterada, como por ejemplo los relativos a la micción o al estornudo. Otros se modifican enormemente, como los relativos a la prensión o a la locomoción. Y algunos desaparecen totalmente al cabo de unos cuantos meses, como el de asimiento.
Desde el punto de vista que nos interesa, el de la construcción de la inteligencia, los reflejos fundamentales son aquellos que se modifican. Vamos a ver ahora cuál es el mecanismo mediante el cual se realiza esa construcción de la inteligencia.
El desarrollo de la inteligencia
Después de su nacimiento, el niño ejercita sus reflejos en contacto con el ambiente. Vamos a fijarnos, por ejemplo, en el reflejo de prensión, que es uno de los más importantes desde el punto de vista del desarrollo intelectual. El reflejo consiste en que cuando se toca la palma de la mano del niño, éste la cierra.
Durante el primer mes después del nacimiento, el niño ejerce esa prensión cada vez que algo cae en su mano y el reflejo apenas se modifica. Pero, posteriormente, el reflejo empieza a convertirse en una conducta voluntaria, de tal manera que el niño va a buscar los objetos para cogerlos. La prensión inicial afecta a toda la mano, pero poco a poco se va perfeccionando y se llega a establecer una oposición entre el pulgar y el índice que es de trascendental importancia para el desarrollo humano, ya que permite la prensión fina.
De este modo el niño aprende a coger de manera diferente distintos objetos: el sonajero, la manta, la almohada, el pecho de la madre o el biberón. Diferencia los objetos grandes de los objetos pequeños, los objetos con una determinada textura, los objetos con una determinada forma y los coge también de distinta manera según cuál sea la posición de partida de la mano.
Formación de esquemas
Esto quiere decir que a partir de ese reflejo de prensión inicial se va produciendo una diferenciación y se van formando lo que se denominan esquemas. Un esquema es una sucesión de acciones que tiene una organización y que es susceptible de repetirse en situaciones semejantes.
Es decir, que si el niño aprende a coger una pelota con dos manos juntando las manos, podrá hacer lo mismo con otra pelota de dimensiones diferentes o que esté en una posición distinta, o con un flotador de goma. Así forma un esquema que le permite coger objetos con dos manos. Cuando el niño se encuentra con un objeto levemente distinto intentará cogerlo aplicando el mismo esquema, pero quizá tenga que modificarlo para adaptarse al objeto, dando lugar a un nuevo esquema.
Conclusión
El desarrollo de la inteligencia consiste en la construcción de nuevos esquemas por diferenciación de otros anteriores. Los esquemas no constituyen un conjunto fijo, sino que están en continua modificación, y forman las unidades básicas de conducta. En un principio son sólo prácticos, es decir, que consisten en actuar materialmente sobre los objetos, pero más tarde se van a convertir en esquemas simbólicos, utilizando entonces formas de representación.
Fuente: Temas Clave de Aula Abierta Salvat – La inteligencia: su crecimiento y medida. Publicado en el año 1982
Autor: Juan Delval