Carlos Alberto Carcagno, que fue moderador de uno de los ya desaparecidos Foros de Batiburrillo, escribió un tema en el que comienza citando las tres obras literarias (libros) más vendidas de la historia.
El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, es la que ocupa el tercer lugar. Carlos hace un interesante análisis de lo que Saint-Exupéry intenta mostrarnos en su obra. Os recomiendo que lo leáis con detenimiento y, si lo consideráis oportuno, expongáis vuestras opiniones en la sección de comentarios.
El libro más vendido
Si preguntamos a cualquier persona cuál es el libro más vendido de la historia, seguramente contestará sin equivocarse que es la Biblia. En efecto, en el pasado siglo se han editado más de dos mil millones de ejemplares y su texto fue traducido total o parcialmente a más de doscientos idiomas.
Es incalculable la cantidad de Biblias que deben haberse escrito desde el comienzo. En el Israel antiguo no había analfabetos, pues cada jefe de familia debía copiar para si y los suyos a la Torá y Los Profetas, que es como se conocían entonces a los textos hebreo-arameos.
El segundo libro más vendido
Si la encuesta tratara ahora del segundo libro más vendido, no estoy seguro de que todos contestarían correctamente. Pero sí una buena cantidad, muy probablemente por motivos ideológicos más que culturales. El segundo libro es El Capital de Marx.
¿Cuál es el tercero?
Pero no muchos saben cuál es el tercero en la lista. Ese libro es nada más y nada menos que El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, un cuento para niños y un libro de filosofía de la vida para los adultos.
Sobre los tres libros
Estos tres libros forman un extraño sándwich: el materialismo o la carne en el medio y los dos panes de la espiritualidad abrazándolo.
Hasta el más mínimo detalle de la vida y cuanto nos acontece tiene siempre un misterio encerrado. ¡Curiosa composición la del podio de la palabra escrita!
El Principito ha sido estudiado hasta en algunas universidades. Ciertos expertos piensan que el significado adulto del cuento es autobiográfico y que, por ejemplo, la rosa es su mujer. Todo es posible. A mí me interesa más el contenido en cuanto tenga que ver con las relaciones humanas en general, y dice mucho y bien; al menos, como yo lo entiendo.
Trataré de ensayar una explicación de lo que creo que Antoine quiso contarnos, y, como siempre, esto está abierto al debate y a las opiniones de todos.
Podría comenzar con el viaje que inicia el Principito por el espacio. Él va encontrando asteroides de distintos tamaños, pero habitados por una sola persona. Mi interpretación tiene dos lados: por uno, que cada persona es un pequeño mundo, generalmente desconocido, que debemos descubrir y explorar.
La personalidad humana es complicada y puede asemejarse a un pequeño planeta, cada cual con sus peculiaridades. Por otro lado, el hecho que cada uno viva en un planeta en soledad puede querer significar el aislamiento que tenemos cada uno como persona frente a los demás. El trato superficial, distante y no comprometido, cuando no el aislamiento total. Quizás por miedo, quizás por orgullo y egoísmo, quizás por las tres cosas.
Solemos vivir en pequeños planetoides, que constituyen el insignificante y mezquino mundo de cada uno. Todos los defectos humanos o pecados, que afectan a los demás por acción o por omisión, se originan en el orgullo y el egoísmo, mezclados en distintas proporciones, según la ocasión y la persona.
Esto, a su vez, surge de un desmedido aprecio por uno mismo. El aislamiento surge del miedo. El miedo es lo que nos aísla e impide que nos conozcamos, que creemos lazos, que el otro llegue a ser alguien único y especial en el universo. Es lo que siente el zorro cuando el Principito lo invita a jugar: le pide que primero lo domestique. ¿Y qué es domesticar? Crear lazos, explica el zorro.
El Principito practica sin saber lo que el zorro luego le explica y le hace reconocer. Él se dedica a limpiar sus volcanes, cuida a su rosa, invierte tiempo en los demás, cosas o personas. Lo hace porque es niño y le sale sin proponérselo.
Después el zorro logra que comprenda que el tiempo que invertimos en los demás es lo que los convierte en importantes, en únicos para nosotros. También se corre el riesgo de llorar cuando se crean lazos, pero un poeta argentino escribió alguna vez:
«Por eso en mi canto digo:
no es tanta pena llorar
que nos duele más que el llanto
no tener por quién penar«.
Por eso, ni él ni yo justificamos el miedo.
De todos los seres que visita el Principito, el más importante e interesante me parece el rey. Los demás son útiles para mostrar algunas de las miserias humanas, como la del hombre de negocios avaro que colecciona estrellas sin conocerlas, porque las cosas son del primero que las encuentra. Las guarda como si fueran oro, en un banco. Sin embargo, las estrellas brillan para todos y pueden ser cascabeles que ríen para llenarnos de felicidad.
Volviendo al rey, hay dos formas de interpretación. La primera, que sea realmente un rey humano. De ser así, es un rey muy sabio, pues da órdenes que se pueden cumplir. Cuando el Principito le pide que le ordene al Sol que se ponga, el rey le explica que la autoridad se basa en la razón y que no puede pedir a otro lo que no puede cumplir.
Consulta una tabla y le dice que ese atardecer, a una determinada hora, le ordenará al Sol ponerse y verá como le obedece instantáneamente. Esto me recuerda lo que dijo Sir Francis Bacon: ¡Para darle órdenes a la Naturaleza, primero hay que aprender a obedecerla!
La segunda, es la de considerar al rey divino. Si es Dios, hay varias corrientes de pensamiento con respecto a Él entre los hombres, pero este texto será leído principalmente por seres que pertenezcan al Judaísmo, al Islamismo o al Cristianismo. Las tres religiones consideran a Dios Creador y Padre y tienen por sagrada a la Biblia, que comparten parcialmente (El Corán menciona a la Biblia como sagrada, y los musulmanes comparten profetas con los judíos y cristianos).
En ese marco, tampoco Dios podría ordenar al Sol que saliera o se pusiera antes de lo que Él mismo fijó como ley cuando lo creó. Dios no gobierna por capricho, sino por razón.
La enseñanza del zorro es la clave para la buena relación entre todos los seres. Un cultivador de cinco mil rosas no conoce a ninguna de ellas en especial, ninguna es única, las maneja como mercancía. Por eso puede venderlas o tirarlas.
Lo mismo sucedería con un criador de pollos, si conociera a cada uno por nombre, no podría matarlos, sería el fin de su negocio.
Otro tanto ocurre con los hombres. Hans Bertram era un aviador que se hizo amigo de Saint-Exupéry, lo amaba entrañablemente y con admiración. Era mucho más joven que él, de manera que cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, fue destinado como piloto de caza de la Luftwaffe.
Antoine era mayor y había sufrido un accidente, de modo que los Aliados lo asignaron a una modesta avioneta de observación militar. Hans nunca atacó a un avión de observación enemigo por temor de derribar a su amigo.
¿Se imaginan si para cada hombre cualquier otro fuera un ser único e irrepetible, como la rosa para el Principito? ¡Sería el fin de las guerras! Pero no se trata de tener esto en la mente.
A tener en cuenta
Cualquier hombre puede afirmar que no hay un ser igual a otro en todo el universo. Hay que tener esto grabado en el corazón. El saludo más hermoso que conozco es «shalom aleiquem», de igual significado que este otro: «asalam aleicum».
Ambos significan «que la paz sea contigo». El segundo es acompañado por un gesto con la mano derecha, que toca, secuencialmente, el corazón, la boca y la frente. Esto significa que se expresa con el corazón, la palabra y el entendimiento.
Sin embargo, estos pueblos se pelean; signo claro de que muchos saludan por costumbre y que no perciben lo esencial, que es invisible (Según el Principito, ningún adulto entiende ni ve nada). No han «creado lazos». No se aman con sus virtudes y defectos.
Amar al otro a pesar de sus defectos significa comprender por qué hace lo que nos molesta. En la comprensión de las razones de la conducta de un individuo siempre hay un principio de perdón, comprender da lugar a la piedad y a la tolerancia. Los lazos y la buena voluntad hacen que esas pequeñas molestias puedan eliminarse o, al menos, atenuarse. La convivencia es posible, aunque la rosa tenga espinas.
Solamente los niños ven con el corazón y pueden percibir lo invisible, que es lo principal. Sólo un niño puede ver un cordero dentro de una caja dibujada con orificios de ventilación. Únicamente un niño puede encontrar un tesoro oculto dentro de cualquier cosa.
Ser como niños. Si los niños fueran los que tomaran las decisiones, seguramente en Israel, en el mundo árabe, en Irak y en todas partes no se levantarían columnas de humo negro con olor a muerte.
¿Seremos capaces alguna vez de dejar de ser adultos?