Es algo que no entiendo. Ya sé que hay personas que necesitan adquirir un alto nivel de adrenalina, día sí y el otro también, para dar satisfacción a sus necesidades, pero lo que no concibo es que la autoridades permitan el funcionamiento de un tobogán de 41 metros de altura, o lo que es lo mismo, similar a un edificio de 14 plantas. Nos echamos las manos a la cabeza cuando los telediarios nos cuentan la última hazaña de un muchacho que se lanzó desde el balcón de un piso alto de un hotel a la piscina, y se estrelló contra el fondo, pero la escena se repite, con ligeros cambios, en otros lugares y circunstancias. El Insano, así se llama este tobogán, se encuentra en el parque de la la playa del Porto das Dunas, en Brasil.
Cuando alguien se lanza desde la cima para zambullirse cual cohete en el agua, tarda entre cuatro y cinco segundos en llegar, y lo hace a una velocidad que se acerca a los 105 kilómetros por hora, está corriendo un alto riesgo. El Insano (¿perjudicial para la salud?) ocupa el primer lugar a nivel mundial en artilugios similares a la hora de tener en cuenta su altura y sus características. Para lanzarse hay que hacerlo en una determinada posición corporal. No se permite que personas de poca altura y mujeres embarazadas se atrevan con el desafío. Tampoco pueden bajar las personas obesas ni los que tienen problemas en su columna vertebral.¡Que miedo!