Me lo contó un profesor de secundaria hace ya algún tiempo, pero hoy aprovecho para volver a traerlo a la luz. Ocurrió en un aula de segundo de ESO. El profesor, después de intentar explicar en vano a sus alumnos los conceptos y las relaciones de espacio y tiempo, decidió recurrir a una simulación. Para ello indicó a dos alumnos, Juan y Antonio, que se colocasen respectivamente en la parte delantera y en la parte trasera del aula. Ambos deberían moverse en sentidos opuestos, uno al encuentro del otro. Juan debía hacerlo a paso normal, sin apresurarse. Antonio tendría que moverse más lentamente, a la pata coja.
El profesor indicó a los alumnos que se moviesen, uno al encuentro del otro, hasta que los dos estuviesen a la misma altura. En ese instante los alumnos se pararon. El profesor preguntó a toda la clase: ¿Quién invirtió más tiempo?. La respuesta unánime fue, ante la sorpresa del enseñante: Antonio. (¡Claro!, como iba más lento).
Al ver el fracaso de su experiencia, el profesor introdujo un elemento más: un cronómetro. Le dió el aparato a Felipe, y le dijo: Cuando Juan y Antonio empiecen su caminar pon el cronómetro en marcha y cuando se encuentren los dos páralo.
El profesor volvió a colocar a Juan y a Antonio en su lugar de salida. Le indicó a Felipe que estuviese atento para poner el cronómetro en marcha. Y dió la salida. Cuando los dos se encontraron en su viaje de caminos opuestos, le preguntó a Felipe: ¿Cuánto tiempo tardó Antonio?.
– Cincuenta y dos segundos – respondió Felipe.
– ¿Y Juan? – interrogó el profesor.
– Como lo voy a saber si sólo tengo un cronómetro – respondió todo lleno de razón Felipe.
NOTA: Puedo afirmar que, después de lo ocurrido, el profesor no se suicidó. Seguirá intentando transmitir sus conocimientos a sus alumnos, a pesar de todos los pesares…