Después de leer el artículo, escrito hace ya algún tiempo en Muy Interesante, que habla de la fabricación de espermatozoides en el laboratorio a partir de tejido testicular de ratones, me viene a la memoria Un mundo feliz de Aldoux Husley, aquella novela que leí hace ya unos cuantos años y que llamó poderosamente mi atención. No lo puedo evitar, ya la recordé cuando escribí hace ya algún tiempo Bebés hechos a medida. Siempre que el hombre se atribuya funciones propias de la Naturaleza para la formación de seres vivos utilizando la tecnología, aunque los urdimbres tengan un origen natural, no puedo evitar recordar a los protagonistas de la obra considerada por muchos como una utopía.
Un grupo de científicos japoneses, comandados por Takehiko Ogawa, fueron capaces de simplificar un complejo proceso natural al conseguir convertir las células extraídas de los testículos de los roedores en espermatocitos primarios y secundarios que, tras una fase de maduración, se convierten en espermatozoides. Espermatogénesis simplificada, podría ser el nombre de esta fabricación de las células reproductoras masculinas.
El esperma así obtenido se utilizó, después de combinarlo con óvulos procedentes de ratas en un proceso de fecundación artificial, para obtener embriones que se introdujeron en el cuerpo de las hembras. Los resultados fueron totalmente satisfactorios, surgieron descendientes de ambos sexos, sanos y fértiles. Ahora sólo falta traspasar la experiencia al hombre. ¿Será posible así generar un ser humano con espermatozoides procedentes de los tejidos testiculares de diferentes individuos? ¿Cómo sería ese ser humano? ¿Seguirá siendo Un mundo feliz una utopía?
Vuelvo a insistir en lo que apunto más arriba: hay que dejar actuar libremente a la Naturaleza. ¿Qué ocurrirá si no respetamos ese principio? ¿Se hará realidad la utopía planteada en Un mundo feliz? Está claro que no me gustaría vivir en un mundo en el que cada individuo tiene fijado su ser y su estar, y además está de acuerdo con la programación que se ha establecido desde el preciso instante de su nacimiento, la que, además, va marcada en sus genes. La felicidad, lo sabemos todos, no es un estado permanente. Prefiero que todos y cada uno de nosotros disfrutemos de pequeños momentos de felicidad en nuestro diario devenir, tal como ocurre ahora.