Si dar una definición en abstracto de lo que es la vida supone una tarea difícil, diferenciar entre un ser vivo y otro que no lo es parece relativamente simple, sobre todo cuando la diferencia se establece, por ejemplo, entre un animal superior y una roca. Pero, aunque esta comparación no se establezca entre dos casos tan diametralmente opuestos, siempre es posible conocer cuándo un ser está vivo, basándose en una serie de funciones que ha de realizar.
En efecto, todo ser vivo, desde el más grande de los animales a la más pequeña de las bacterias, pasando por todo el reino vegetal, se caracteriza por llevar a cabo unas funciones, por este motivo denominadas funciones vitales, que son tres: autoconservación, autorregulación y autorreproducción.
La autoconservación
Se entiende por autoconservación el conjunto de funciones más o menos complejas mediante las cuales todo ser vivo obtiene y transforma la energía que precisa para realizar el resto de las funciones vitales; en consecuencia, es básica para la continuidad de la vida.
Como el resto de las funciones vitales, cada ser vivo lleva a cabo la autoconservación de forma diferente: toma diversos alimentos y los transforma también de distintas maneras hasta llegar a obtener las sustancias orgánicas de las que, mediante una serie de complejos procesos que recibe el nombre de metabolismo, obtendrá la energía necesaria para que funcione correctamente cada una de las partes de que se halla constituido.
La autorregulación
Como su nombre indica, la autorregulación es el propio control que todo ser vivo ejerce sobre sus funciones. Este control tiene lugar mediante una serie de reacciones químicas que se realizan en diferentes órganos, y que le permiten adaptarse y relacionarse con el medio que le rodea, tanto en lo que respecta al ambiente físico como al resto de seres vivos que habitan con él, de forma que, gracias a esta función, puede defenderse de sus enemigos, adaptarse a las variaciones del medio y, en fin, permanecer con vida en el lugar en que habita.
La autorreprodución
De las tres funciones vitales, la autorreproducción es quizá la que menos afecta al ser vivo en sí. Sin embargo, es la que tiene mayor importancia para el mantenimiento de la vida en general. En efecto, mediante esta función todo ser vivo es capaz de engendrar, de un modo u otro, nuevos seres semejantes a él a los que transmite unos caracteres determinados, y de esta forma la vida puede seguir existiendo sobre nuestro planeta, con las únicas variaciones que impone la evolución.
A tener en cuenta
Conocidas las funciones vitales, la diferenciación entre un ser vivo y la materia inerte puede ser sencilla. Sin embargo, varias preguntas quedan en el aire: ¿qué diferencias existen en la estructura de los seres vivos que hacen que éstos realicen unas funciones vitales que la materia inerte no puede llevar a cabo?, ¿qué estructura existe en la Naturaleza que lleva a tal distinción?, ¿se podrá observar la diferencia entre los seres vivos y la materia inerte con solo estudiar la estructura de la misma?, ¿se podrá encontrar una escala jerárquica en cuanto a toda la materia que existe en el Universo?
Fuente: Temas Clave de Aula Abierta Salvat – La vida: origen y evolución. Publicado en el año 1980
Autor: Benjamín Fernández Ruiz.