Recuerdo que, hace ya unos cuantos años, alguien me propuso un juego. Debía mover mi mano izquierda hacia arriba y hacia abajo deslizándola desde el cuello a la cintura y desde la cintura al cuello, sin parar. A continuación debía comenzar a dar pequeños golpes, con la mano derecha, en la zona inmediatamente inferior a mi pecho. Y, cuestión de coordinación, la mano izquierda, cuando comencé con los golpes acompasados con la derecha, empezó a hacer lo mismo. Dejó de deslizarse para ponerse a golpear. Tuve que realizar un gran esfuerzo de concentración hasta que conseguí hacer lo que pretendía. Ahora, cada vez que lo intento, lo logro sin esfuerzo.
Recibí un mensaje de correo electrónico en el que me explican una experimento que guarda una cierta similitud con el que explico en el párrafo anterior. Siéntate en una silla y ponte a describir una circunferencia horizontal con tu pie derecho, después de levantarlo ligeramente del suelo. Hazlo en el sentido de las agujas del reloj. Sin cesar en el giro, dibuja, con tu mano derecha, un seis en el aire. ¿Qué ocurre? El pie seguirá girando pero en sentido contrario. ¿No lo crees? Intenta hacer lo que te digo.
Voy a intentar hacer con el pie lo mismo que hice con las manos. Creo que es un problema de dominio. Hay que interceptar la orden que el cerebro envía al pie, e impedir que cambie el sentido del giro. ¿Lo conseguiré? ¡Nuestro cuerpo es un misterio!
NOTA: Llevo bastante tiempo intentando conseguir lo que me propuse, pero sí he de ser sincero aún no lo conseguí. Creo que la razón de mi fracaso esté motivada por aquello de que los años no perdonan, o tal vez en que no me he esforzado lo suficiente, o quizás en que lo que intento es imposible. La verdad que no lo sé. Este artículo lo escribí por primera vez hace más de tres meses. He tenido el tiempo suficiente para hacer realidad mi desafío, pero ya veis, creo que me voy a dar por vencido.