¿En qué se asienta la construcción del mundo? Al mismo tiempo que el niño va construyendo los esquemas que le permiten actuar sobre la realidad, construye también esa misma realidad. Es difícil imaginarse cómo es el mundo de un niño recién nacido, pues para él no existen ni las personas ni las cosas, ni la diferencia entre ellas.
Todo son cuadros confusos que aparecen y desaparecen. Obtiene información del exterior por medio de los sentidos: de la vista, del oído, etc., pero, por una parte, los sentidos no funcionan plenamente como en un niño mayor y, por otra, no dispone de medios para interpretar la información que recibe. Sus papás y mamás marcan también su forma de ser.
Puede ver el biberón, pero no sabe qué es un biberón. Puede ver a su madre, pero no solo no sabe qué es su madre sino que tampoco puede categorizarla como un ser humano, pues no dispone de esa categoría. Los objetos no son entidades separadas que se destaquen sobre un fondo, sino que todo se confunde.
El niño y los objetos
A esto hay que añadir que la información que el niño recibe sobre los objetos a través de los sentidos no está coordinada. El niño puede tocar un sonajero y ver un sonajero sin que sea para él el mismo objeto.
Tiene también que descubrir su cuerpo como propio. Es frecuente observar cómo niños de pocos meses se miran la mano como si fuera un objeto externo y examinan los movimientos que hace como si no fuera una parte de su propio cuerpo.
Así, poco a poco, el niño establece la coordinación entre la visión y la comprensión: aprende a coger los objetos que ve y se lleva ante la vista los objetos que coge.
De la misma manera coordina la visión y la audición dirigiendo la vista hacia la fuente del ruido. Mediante la coordinación de esquemas que pertenecen a distintas modalidades sensoriales, el niño va construyendo objetos más permanentes.
Pero de todas formas, cuando un objeto desaparece de su campo visual, los niños se comportan como si el objeto hubiera dejado de existir. Jean Piaget, mostró en una serie de experiencias realizadas con sus propios hijos que cuando a un niño de menos de 8 meses le ocultamos completamente un objeto que estaba viendo, se comporta como si el objeto ya no existiera. Un niño un poco mayor, de unos 12 meses, buscará el objeto, y si no lo encuentra en el lugar donde lo hemos ocultado lo buscará en otros lugares.
El progreso del niño
Lentamente, el niño progresa tanto en su conocimiento del mundo como en su capacidad de actuar sobre él. A los 8 meses se limita a repetir actividades que produce por azar; por ejemplo, si descubre que mover el sonajero origina un ruido, seguirá buscando el sonajero y produciendo el mismo ruido durante un número muy considerable de veces.
Los niños repiten las mismas acciones una cantidad de veces que a los adultos nos resulta asombrosa y las repiten hasta que las han dominado por completo en el nivel de desarrollo en que se encuentran. Pero a medida que crecen no repiten las cosas de la misma forma sino que exploran sus propiedades.
Así, un niño de 12 ó 14 meses no se limita ya a coger el sonajero y tratar de repetir el ruido placentero que había producido por azar, sino que experimenta con él, lo deja caer y trata de volver a cogerlo, lo lanza con más fuerza, mueve la mano a la derecha y a la izquierda, lo suelta en un momento determinado; en una palabra, estudia cuál es el comportamiento del sonajero en distintas Ocasiones, y realiza así un profundo trabajo de exploración.
Hacia los 15 meses empieza a resolver problemas nuevos, y podemos decir que está llevando a cabo actos plenamente inteligentes. Por ejemplo, es capaz de tirar de una manta para acercar un objeto situado sobre ella o emplear un palo para conseguir un objeto que está lejos, en una conducta semejante a la de los monos de Kóhler.
La diferencia con el mono está en que éste se va a detener aquí, mientras que el niño va a continuar recorriendo un camino en su desarrollo intelectual que todavía será muy largo.
Fuente: Temas Clave de Aula Abierta Salvat – La inteligencia: su crecimiento y medida. Publicado en el año 1982
Autor: Juan Delval