Los ciudadanos normales, los que vivimos de nuestro trabajo en una empresa o en un organismo de cualquier tipo, cuidamos con esmero nuestra economía porque somos personas responsables y sabemos lo que trae consigo el no hacerlo. Siempre tratamos de programar los gastos en función de los ingresos. Si adquirimos cualquier producto que sobrepasa nuestro presupuesto mensual recurrimos a un préstamo (mejor, recurríamos) adaptado a nuestras posibilidades, pensando en que tenemos que pagarlo y que disponemos de dinero para hacerlo, gracias a nuestros ingresos mensuales.
Si todos siguiésemos estos principios, no nos encontraríamos ahora en la posición en la que nos encontramos, con una deuda pública que ronda el 98,7% del Producto Interior Bruto. ¿Quiénes son los responsables de este desajuste inasumible? Está claro que son los gobernantes, los de antes y los de ahora, los que permitieron llegar a estos extremos cerrando los ojos y taponando los oídos, y los actuales, que solo saben realizar ínfimos ajustes a costa de los inocentes. Los políticos, cuando llegan al poder, saben que solo tienen una responsabilidad, luchar por seguir en el puesto que detentan en la siguiente legislatura. Lo demás no importa.
Antes de que comience una campaña electoral, y obviamente durante la misma, los que llevan la voz cantante (los que representan al partido) repiten, criticando al contrario, «hay que …», cuando lo que debían decir es «vamos a …, haciendo …» Solo critican, descalifican, hasta insultan, sin arbitrar soluciones. Sus promesas se quedan en eso, en simples promesas (repasemos la hemeroteca). Pero no hay nada ni nadie que les exija responsabilidades. A pesar de su torpeza, de sus decisiones erróneas, de sus gastos sin control, de su falta de cordura, nunca tendrán que justificarse. Siempre que puedan le echarán la culpa al contrario o a los ciudadanos inocentes, los que sí somos responsables de nuestras acciones.
A pesar de ello el afán por llegar al poder no desaparece. En algunos partidos las luchas por el poder se zanjan con pactos falsos, con concesiones sin futuro, con el único fin de engañar al votante. Hay casos aún más sangrantes, los que se refieren a aquellos que han sido procesados judicialmente y hasta pasado un periodo de tiempo en prisión, y ahora se apuntan de nuevo a la carrera política. Siempre encontrarán personas que los arropen en la nueva singladura e inocentes votantes que los apoyen. Es evidente que el sistema democrático, el mejor de todos, necesita una reestructuración a fondo. ¿Quién se atreve a iniciarla? ¿Habrá algún político que sacrifique su vida por el bien de los demás, por conseguir una sociedad más justa? Dicen que la renuncia trae beneficios a corto o no tan corto plazo.