Han pasado ya cerca de cuatro años desde que se prohibió fumar en bares, restaurantes, cines y demás locales públicos. Pero, a pesar de ello, ¿no te has dado cuenta que al pasar por delante de un bar, una cafetería, un restaurante, un edificio que alberga un organismo oficial, un hospital, o similares, huele a tabaco? Desde siempre hemos creído que las prohibiciones, como tales, no son buenas, que antes de prohibir hay que enseñar (educar) al personal. En el caso del tabaco, habría que explicarles a los consumidores, con campañas específicas, sobre los males que esta droga produce en el organismo y arbitrarles métodos para que dejen de fumar, sin imposiciones. Con las medidas que el gobierno español, exactamente el Ministerio de Sanidad, tomó en su momento, copiadas de otras países, no se ha solucionado el problema. Los que fumaban el día uno de enero del año 2011 no dejaron de hacerlo en su mayoría, aunque exista la prohibición. «Si no puedo fumar en el recinto, fumo fuera o no voy», pensaban y siguen pensando una gran cantidad de fumadores.
Los que no han optado por la segunda opción, dejar de ir a tomarse un café, una caña o un vino, salen a la puerta del local o a la terraza que han habilitado al efecto y se fuman uno, dos, tres o los cigarros que hagan falta. Siguen fumando. El humo contaminante, más concentrado por el mayor número de productores, el que ahora nos convierte en fumadores pasivos a todos los que pasamos por la calle, sigue flotando en el ambiente. Sólo ha habido un cambio de escenario, pero el fumador sigue siéndolo y lo seguirá siendo mientras no se arbitre una solución, no una prohibición.
Los hosteleros se quejaban al principio porque habían perdido clientela (algunos se apuntaron a la insumisión), pero muchos han arbitrado una solución: la terraza, improvisada, con una o dos mesas, o la que cumple con todos los requisitos legales. Algunos fumadores se siguen quejando porque han perdido su libertad, los hay que se atreven a fumar en los aseos. Los no fumadores tendríamos también que quejarnos porque la contaminación callejera por humo de tabaco afecta a nuestros pulmones y, como consecuencia de ello, a nuestra salud. Todos sabemos que España es diferente, que lo que ha tenido éxito en otros países, aquí puede ser un auténtico fracaso, que los años pasan y todo sigue, más o menos, como el primer día. Asumimos todos los inconvenientes y nos resignamos. Vemos que la prohibición de fumar en locales públicos no camina hacia el éxito, pero está claro que nadie la va a volver atrás. El olor a tabaco flota en el aire y muchas aceras están plagadas de colillas, las que no se han depositado en el cenicero, porque no lo había sobre al mesa o porque se ha vaciado su contenido en la calle.