La aventura de leer no es una operación trivial, como a primera vista puede parecer. Dejando de lado, por un momento, el difícil acto de la elección de lo legible, debemos reflexionar sobre el alcance cultural que tiene nuestra situación actual de hombres alfabetizados.
Nuestro primer aprendizaje escolar de la lectura y la escritura nos ha situado en la órbita de la civilización de la palabra escrita, tan distinta y distante de la civilización ágrafa que caracteriza a las sociedades primitivas. En éstas, la transmisión del saber y de toda clase de experiencias quedaba confinada en la comunicación oral, de manera que el depósito de cualquier información residía en la memoria de los vivos. Los limitados efectos positivos de esta forma de civilización difícilmente compensaban las pavorosas carencias que le eran anejas.
Sobre la invención de la escritura
La invención de la escritura, en primer lugar, y, posteriormente, la aplicación técnica de la imprenta a la reproducción masiva de los textos escritos introducen a los hombres en otra civilización en la que todo se ordena de otra manera, desde los hábitos psicológicos del lector-escribiente hasta la forma de concebir el Universo y de actuar frente a él que manifiestan los hombres alfabetizados.
Ahora, la instrucción y la transmisión de los saberes no se realiza necesariamente a través de la comunicación oral, por muy importante que sea este camino, y la sorprendente acumulación de noticias y conocimientos que se multiplican en el sucederse de las generaciones no queda archivada en la memoria presente de los vivos. La memoria de los muertos (los textos escritos) es el gran depósito de la cultura de la Humanidad.
De la civilización de transmisión oral a la de la transmisión escrita
El paso de una a otra forma de civilización no ha sido rápido ni sencillo. Durante milenios convivieron los escasos hombres ilustrados que sabían leer y escribir con las inmensas minorías ignorantes e iletradas. Incluso en la actualidad existen grandes bolsas de poblaciones analfabetas a cuyo remedio acuden los esfuerzos de particulares, de los Estados y de organizaciones internacionales como la UNESCO.
El aprendizaje de la lectura no fue un fenómeno de corta duración. En los sistemas gráficos de escritura complicada —como en los de carácter ideográfico— se fue dando un proceso de simplificación a tenor de presiones sociales y culturales.
Incluso en la lectura del simplificado sistema gráfico latino sabemos que, durante muchos siglos, se hacía en alta voz, práctica que documenta la regla de San Benito. La lectura silenciosa —símbolo evidente de la individualización del lector— es algo relativamente moderno. San Agustín contaba admirado que esta era la forma de leer practicada por San Ambrosio.
La incidencia de los nuevos medios
En el siglo pasado y en el actual, la invasión de los llamados medios de comunicación de masas (publicidad gráfica, radio, cine, televisión y, en otro orden, la informática) ha modificado sustancialmente el panorama. La universal generalización de estos medios abarata y facilita el consumo de información, provoca en el receptor el sentimiento de que estos vehículos de comunicación resultan más placenteros que la lectura y, en la opinión discutible de muchas personas, contribuye a eliminar el acto individualista de la lectura privada.
Se trata, en definitiva, del mayor peligro que, en la época contemporánea, ha surgido frente a los libros y su lectura. Ray Bradbury ha imaginado en su novela Fahrenheit 451 («la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde») una sociedad ultramoderna en la que el poseer libros constituye el máximo delito.
Un grupo de hombres extravagantes consigue, sin embargo, rescatar los grandes libros de la cultura universal gracias a la memorización que cada uno ha realizado de los mismos. En esta fábula literaria cada hombre extravagante es un libro y el acto de lectura individual se ha transformado en un acto de recitación pública, con lo que la era de la post-alfabetización enlaza, de modo ficticio, con la era primitiva del analfabetismo.
La convivencia de las dos civilizaciones
La civilización de la palabra escrita puede convivir con la civilización traída por los nuevos medios de comunicación, puede beneficiarse de sus aportaciones y enriquecerlos a su vez. Los críticos más penetrantes de la cultura de nuestro tiempo salvan, con razones inteligentes, la cultura de la palabra escrita y la cultura de la imagen y subrayan, acertadamente, lo que el acto de leer tiene de adiestramiento personal para saber moverse entre la realidad, y de placer exquisito pocas veces igualable.
Fuente: Colección Temas Clave. La aventura de leer, publicado en el año 1981
Autor: Leonardo Romero Tobar