De la misma forma que las vacas fueron programadas para producir leche, que muchos perros, en origen salvajes, se reprogramaron para convertirse en animales de compañía, que las sociedades limitadas y anónimas se inventaron con el fin de conseguir beneficios monetarios, o que los centros educativos persiguen la formación de los discentes, los políticos surgieron en las ciudades (llamadas polis) de la antigua Grecia cuando la aristocracia, desestabilizada, cedió su poder a las clases populares. Como tales debían y deben promover la justicia social, velar por el bien común, abolir la esclavitud o tratar de que todos los ciudadanos sean libres. La libertad no es libertinaje por lo que todos, me refiero a los ciudadanos, deben respetar la normas establecidas.
La degradación de la clase política
La idea original, la que intentó implantar el gobierno de Solón, se ha ido difuminando con el discurrir de los tiempos. La clase política, por la actuación de algunos de sus miembros, se ha degradado. La representatividad, la búsqueda del bienestar para las personas que los han elegido, no es el fin ni el medio de muchos políticos. Solo persiguen su beneficio propio. La corrupción marca su ser y su estar siendo. Ya sé que no todos son iguales, pero las actuaciones de muchos marca su degradación, la de la clase que los acoge, la clase política.
La política es el arte de engañar a los hombres
Ya decía Parménides de Elea, hace más de 2500 años, que la guerra es el arte de destruir a los hombres, la política es el arte de engañarlos. Tal vez mi desilusión de ahora y la de otros muchos con la clase política, o sea, con los políticos, no tenga sentido porque, según Parménides, el engaño del ciudadano es su razón de ser. Aunque recordando a Remy de Gourmont cuando dijo, hace poco más de cien años, la política depende de los políticos como el tiempo de los astrónomos, se tranquilice mi espíritu. No siempre hay tormentas y huracanes.