La Tierra, como elemento del Universo, no tiene más que un satélite, pero, en compensación, es un satélite, valga la expresión, dignísimo. Efectivamente, si el diámetro de la Tierra mide 12.800 kilómetros, el de la Luna alcanza casi los 3.500 kilómetros: es decir, son decorosamente comparables.
La proporción entre ambos astros viene a ser la que guardan entre sí una aceituna y su hueso. Por el contrario, los demás satélites conocidos son miles de veces más pequeños que sus planetas; tanto es así, que algunos astrónomos consideran el sistema Tierra-Luna, no como un sistema planeta-satélite, sino como un planeta doble.
Nuestra vecina la Luna
Por de pronto, la distancia que nos separa de nuestra vecina es muy poco astronómica: sólo 384.000 kilómetros. Muchos camioneros han recorrido por las carreteras, a lo largo de su vida, distancias mayores, y no digamos ya la mayor parte de los pilotos de las grandes líneas aéreas.
Nada tiene de particular que la Luna sea, hasta el momento, el único astro visitado por el hombre, aunque la hazaña de recorrer esa distancia a través del vacío se encuentre por ahora cerca del límite de las posibilidades humanas, y la aventura de la Luna, una de las más grandiosas de la historia humana, no haya sido proseguida por quienes la iniciaron.
Sobre la Luna
Con todo, nuestro satélite es un astro relativamente modesto, y no presenta un especial atractivo. Es un mundo desolado y terrible, donde hasta ahora nada se ha encontrado que pueda tentar a una obra de colonización. Allí no hay atmósfera, sólo unos vestigios casi impalpables de argón; tampoco agua, ni el menor rastro de vida, siquiera en sus formas más primitivas.
En otros tiempos pudo existir actividad volcánica, y todavía pueden encontrarse en muchos parajes de la Luna grandes torrentes de lava solidificada; pero, pese a lo que creyó observar un astrónomo soviético por los años sesenta, ningún volcán se encuentra en actividad. Sólo cerca del cráter Aristarco, los astronautas han detectado un grado de actividad bastante sensible.
Apenas hay otros movimientos sísmicos que los provocados por el impacto de meteoritos al caer sobre la superficie lunar. Es, en suma, un mundo muerto, paralizado, de un especial tono tétrico a causa de lo atormentado del paisaje y de la falta casi absoluta de colores: en la Luna no hay más que colores grises, y los contrastes, por la falta de penumbra, son brutalmente duros.
La estructura de la Luna
La esfera lunar parece ser, en su estructura, más regular que la terrestre. En cambio, se ha descubierto que la gravedad es más fuerte en unas regiones que en otras; parece como si hubiese embutidas en su interior masas más densas: tal vez ello tenga que ver con la existencia de grandes meteoritos enterrados en el seno del cuerpo lunar.
La superficie de la Luna nos presenta dos tipos de paisaje muy característicos, a los que se denomina tierras y mares. Las primeras son de color gris claro, y están formadas por zonas montañosas y grandes aglomeraciones de rocas. Éstas rocas son, por lo general, del tipo de las anortositas y los gabros, pero en ningún caso son idénticas a las que tenemos en la Tierra, lo que ha hecho pensar en procesos geológicos distintos a los de nuestro planeta.
Los mares son de color oscuro: llanuras tapizadas de polvo meteórico. Aunque se temía que la capa de polvo podría tener varios metros de profundidad, y los astronautas se hundirían en ella, se ha comprobado que sólo mide unos centímetros, y es bastante consistente. Por debajo del polvo hay grandes llanuras de lava.
A tener en cuenta
Aunque en la Luna se levantan grandes cadenas de montañas, las formaciones orográficas más frecuentes son los cráteres y los circos. En realidad, se parecen menos a los volcanes terrestres de lo que aparentan en las fotografías o a través del telescopio: los volcanes vienen a ser montañas con un pequeño cráter central; los circos lunares, en cambio, son grandes huecos o llanuras, rodeadas de un anillo montañoso.
En su mayoría o, si se prefiere, en su totalidad no son de origen volcánico, sino el resultado del impacto de grandes meteoritos que en tiempos lejanos se estrellaron en la superficie lunar. El choque abrió aquellos enormes huecos, y levantó en torno una gran ola pastosa la pared del circo, que luego se solidificó. La Luna es, así, una apocalíptica sucesión de hoyos y crestas salvajes: se nos aparece como un estanque apedreado, cuyas aguas se hubiesen helado de pronto.
Fuente: Temas Clave de Aula Abierta Salvat – El Universo. Publicado en el año 1980
Autor: José Luis Comellas