La invención de los distintos sistemas de escritura trajo consigo el desarrollo de una incipiente industria de producción librera, cuyas primeras noticias alcanzan al tercer milenio antes de Cristo. En el Egipto faraónico fue una actividad que floreció en torno a los templos. El material utilizado por los escribas para su trabajo procedía del tratamiento especial aplicado a las hojas de una planta que los griegos llamaron papiro.
En la China del tercer milenio se escribió en tablas de madera, y en las civilizaciones mesopotámicas se emplearon para la escritura tablas de barro cocido. Muy posterior fue el empleo del cuero (pergamino, por la ciudad de Pérgamo) y más reciente resulta ser el invento chino del papel (año 105 de la Era actual), obtenido del tratamiento de telas inutilizadas y de materias vegetales. Este material nuevo abarató considerablemente la materia prima de la producción escrita. No se difundió por Europa hasta principios del siglo XII.
La aparición de las máquinas en la producción de libros
El paso definitivo en el terreno de la industria editorial no se dio hasta que, en la Europa de finales de la Edad Media, se aplicaron tipos móviles metálicos a las planchas que reproducían mecánicamente los textos escritos. Existía el precedente chino y europeo de los libros xilográficos (impresos sobre planchas de madera tallada) en los que importaba tanto el texto como la imagen grabada. Pero el invento atribuido a Gutenberg revolucionó el sistema de producción de libros.
Hasta ese momento, se da como fecha segura la de 1456, año de la impresión de la Biblia llamada de las 42 líneas, la forma usual para la reproducción de libros era la de la copia a mano o manuscrita, trabajo que si bien proporcionaba obras prodigiosas por el esmero caligráfico y la calidad de las ilustraciones que acompañaban al texto, resultaba lento, caro y de una productividad poco elevada.
La imprenta supuso una revolución industrial que, al igual de lo ocurrido modernamente con la reproducción impresa de los obras de arte, llevó al mercado numerosos ejemplares de obras que, en la época del manuscrito, eran piezas únicas o poco menos.
El sentido de las bibliotecas
Las bibliotecas, que a lo largo de los siglos han ido preservando la memoria escrita de la Humanidad, se han sucedido unas a otras, recuperando unas los restos del naufragio de otras que se hundían, en un titánico esfuerzo por salvar del olvido la palabra de los hombres.
Resulta trágicamente paradójico que la intolerancia, de raíces religiosas o políticas, o el desnudo afán destructivo de la Humanidad hayan aniquilado colecciones de libros y bibliotecas enteras. Memorable es la destruida biblioteca de Alejandría que fundara Ptolomeo l en el siglo IV a. de C.. Según Aulo Gelio, en las varias dependencias de esta biblioteca llegaron a custodiarse unos 700.000 textos.
Pero si de las bibliotecas de la Antigüedad no nos ha quedado más que el recuerdo y algunos manuscritos milagrosamente conservados tocamos ya la realidad de algunos depósitos bibliográficos al acercarnos a la Edad Media. A la caída del Imperio Romano, los monasterios se constituyen en el occidente europeo como la salvaguardia de todo lo que pudo salvarse de la vieja cultura pagana y, por supuesto, de la cristiana.
Las bibliotecas y los escritorios monásticos conservan y producen cultura y textos escritos hasta que van siendo relevados en la tarea por las nuevas instituciones docentes: estudios y universidades. En torno a estas últimas nace el negocio, entendido a la manera moderna, de la compra, venta y alquiler de libros.
El amor a los libros
El Humanismo renacentista, intensifica el amor a los libros y el cuidado por el descubrimiento de las
versiones y códices antiguos más cercanos a la redacción original. Algunas excelentes bibliotecas privadas, inestimable la de un Petrarca y en menor medida, la del Marqués de Santillana, comienzan a ponerse al servicio del público. Tal ocurre con la biblioteca de los Médicis en Florencia.
Desde finales del siglo XVI y a lo largo del XVIII, las grandes bibliotecas reales europeas van convirtiéndose en las bibliotecas nacionales de los distintos Estados. Tales son los casos de las de París y de Madrid (esta última fundada por Felipe V en 1711).
Actualmente, la conservación de estos centros venerables, junto a la creación de las grandes bibliotecas modernas: del Museo Británico en Londres, de Lenin en Leningrado, del Congreso de Washington, Pública de la ciudad de Nueva York, ofrece a los estudiosos y a los lectores interesados, de cualquier edad y condición, el más completo depósito asequible de la inmensa memoria escrita de la Humanidad.
Fuente: Colección Temas Clave. La aventura de leer, publicado en el año 1981
Autor: Leonardo Romero Tobar