La información es ingrediente esencial para la vida. Todas las especies vivientes precisan información para sobrevivir. A través de sus cinco facultades sensoriales —el olfato, el gusto, el tacto, el oído o la vista— el hombre capta datos del entorno, percibe el mundo exterior, su cerebro procesa, elabora esa información y almacena en la memoria la relevante. Por la voz y los gestos traslada, comunica a los demás esos contenidos informativos.
Información y comunicación están íntimamente relacionadas y tienden a confundirse. Simplificando: información es lo que se percibe del medio ambiente, el contenido del mensaje enviado a, o recibido de otros, un contenido almacenado en la memoria. Comunicación, en cambio, es transportar un mensaje, es un acto de transmitir información. Esta puede obtenerse unilateralmente —el individuo ve que llueve—, en tanto que la comunicación es siempre bilateral o multilateral —«A» transmite a «B» que llueve—. Así, comunicación es algo más amplio que información. Comunicación es movimiento de información.
El hombre es receptor de estímulos procedentes del medio ambiente y de mensajes que le llegan de otros individuos. A la inversa, es también un emisor de datos, una fuente de información. Todo flujo de información se compone de tres partes básicas:
Emisor -> Canal -> Receptor
Los cinco sentidos humanos son canales para percibir información del medio ambiente. Vista, oído y tacto son los tres canales naturales de comunicación del hombre y solo los dos primeros sirven generalmente para las relaciones de grupo. El canal visual tiene una capacidad superior —puede transmitir una cantidad de información alrededor de cien veces mayor por unidad de tiempo—. Pero el canal auditivo presenta ventajas, principalmente la inestimable de ser instrumento del lenguaje oral.
El primer estadio de la comunicación humana es un sistema de lenguaje gestual y oral. La emisión y recepción de signos visuales y orales se da dentro de un campo de comunicación cercano al cuerpo, y su límite espacial es el del alcance de la voz y la visión. Su otra gran limitación es temporal. La voz y el gesto tienen una existencia efímera: lo que dura la propia expresión. La ventaja de su facilidad —no requerir ningún elemento adicional al emisor y receptor— queda contrarrestada por sus limitaciones: falta de permanencia (memoria) y de desplazamiento en el espacio (transporte).
Para ampliar el espacio y el tiempo se recurre a un tercer elemento, ajeno al receptor y al emisor: un medium que recoja y fije la información en un soporte durable —medio inerte de memoria y almacenaje— y que pueda hacerla llegar a una distancia superior a la relación personal entre dos individuos —medio transportable, entregable—. La tradición oral y el mensajero son soluciones que aún hoy perduran, pero no cumplen la condición básica de todo medium: emitir la misma cantidad de información que reciben.
Surge, entonces, la técnica del trazo, una huella material que representa visualmente una información: primero, los pictogramas, luego, la escritura alfabética. El ser humano es único en el reino animal por su capacidad de comunicación compleja: puede inventar nuevos signos y dar nuevo significado a los existentes. Para estabilizar los contenidos en un medium se hace preciso disponer de un código, de una convención que permita al receptor y al emisor obtener la misma significación de los signos, asegurando que el contenido de la información no se distorsione. Todo sistema de comunicación sigue, así, un esquema:
El sistema de comunicación permite así una mayor extensión de la información que la expresión oral entre dos individuos. Hay un código o convención para entender los signos. Hay un medium, soporte físico que lleva «grabada» la información. Hay unos canales técnicos, adicionales a los naturales, pero conectados en última instancia con éstos: los media son, pues, extensiones del hombre, prolongación de sus sentidos. Y con ellos, la información se expande en el tiempo y en el espacio.
Fuente: Temas Clave de Aula Abierta Salvat – La Revolución de la Información. Publicado en el año 1982
Autor: Raúl Rispa Márquez