Somos habitantes de la Tierra y, quizás por ello, unos observadores bastante parciales del Universo. Durante siglos, el hombre ha pensado que el Sol existía para alumbrarle, para posibilitar su propia existencia, y que la Luna y las estrellas no tenían otro significado que el de determinar su destino.
Ahora sabemos que la realidad es al revés: que existimos porque las características físico-químicas de nuestro planeta, derivadas de su masa, de su composición, de su situación en el Sistema Solar y de un sinfín de factores, han posibilitado, primero, el surgimiento de la vida y, después, la evolución de los seres vivos hasta llegar a nosotros, al hombre. Solo somos un producto local de la historia del Universo.
Pero… ¿qué representa la Tierra en el Universo? Los datos procedentes de la moderna Astronomía no pueden dejar de sobrecogernos. La Tierra es solo un planeta del Sistema Solar, cuyo astro central, el Sol, es solo una de los miles de millones de estrellas que constituyen la Vía Láctea, y ésta, a su vez, es solamente una de las mil millones de galaxias detectadas mediante los radiotelescopios más potentes.
Por tanto, no debe extrañarnos la dificultad que para el hombre presenta, desde su pequeña plataforma espacio-temporal (la Tierra, en la actualidad), conocer el origen, evolución y características del Universo, del Sistema Solar y del propio planeta en que habita.
Desde la Antigüedad hasta nuestros días, son numerosas las hipótesis que se han dado sobre el origen y la evolución del Sistema Solar. En la actualidad, el hecho de que hayan podido estudiarse y clasificarse millares de estrellas nos ayuda a conocer mejor la nuestra. En efecto, si observamos el Sol aisladamente, solo podemos conocer cuáles son las características que presenta ahora.
Sin embargo, el estudio comparado de millares de estrellas ha llevado a establecer hipótesis sobre la evolución de una estrella desde que se forma hasta que se extingue. Se ha podido determinar que nuestra galaxia tiene entre 9.000 y 12.000 millones de años de antigüedad, y en ella se observan zonas en las que se están formando estrellas actualmente. De este modo, si aceptamos que las cosas ocurrieron de igual manera en nuestro Sistema Solar, podemos establecer para éste la hipótesis de un origen nebular.
El espacio interestelar no está completamente vacío. Hay una materia que lo ocupa, consistente en hidrógeno (90%), helio y polvo de composición parecida a la de los materiales que forman la Tierra (1 %). Lógicamente, las cantidades presentes en un volumen dado son extremadamente pequeñas.
¿Qué mecanismos pudieron originar la suficiente concentración local de estos materiales para dar origen a una nebulosa concentrada? Dos fuerzas contrapuestas actúan sobre las masas de gas y polvo: por un lado, la atracción gravitatoria de los diferentes átomos y partículas, que favorece la contracción, y, por otro, la presión interna del gas, que actúa en sentido inverso. Causas externas, como por ejemplo la explosión de una estrella cercana, pueden alterar este equilibrio, posibilitando la concentración de los materiales.
Actualmente se piensa que una compresión de este tipo daría origen a una nebulosa solar primitiva, con un diámetro muchas veces superior al del Sistema Solar actual. En las proximidades del eje de giro, la densidad y la temperatura serían elevadas. Esta masa caliente tendría un tamaño considerablemente mayor que el Sol actual y estaría rodeada de un disco frio de polvo, hielo (agua, amoniaco y metano en estado sólido) y gas. En el disco frío, los granos de polvo y hielo, al chocar entre sí, se irían acumulando, dando lugar a fragmentos de diámetro cada vez mayor. En esta acumulación se encontraría el origen de los planetas.
La masa caliente central atraería estos fragmentos hacia el centro de la nebulosa solar, de forma que unos irían a parar a ella mientras que otros chocarían entre sí formando cuerpos mayores, que, al ir aumentando de tamaño, conducirían a nuevos choques y aumentos de masa.
La duración de este proceso pudo ser muy larga. El resultado final serían unos protoplanetas girando alrededor de la masa caliente central, con innumerables cuerpos menores, polvo y gas entre ellos.
Al igual que sucede ahora en las estrellas muy jóvenes de nuestra galaxia, al aumentar la concentración de la masa central comenzarían las reacciones termonucleares, la temperatura se elevaría enormemente y se emitirían grandes cantidades de materia y energía. Esta emisión adquiriría las características de un intensísimo viento solar, que arrastraría los gases y el polvo existentes entre los protoplanetas al espacio exterior.
Tras esta fase, solo los corpúsculos mayores quedarán entre los planetas. A causa de la atracción de estos últimos, muchos de ellos acabarían chocando con uno u otro planeta, produciendo un auténtico bombardeo que daría lugar a numerosos cráteres de impacto. Los que se observan en las superficies de Marte, Mercurio y la Luna serían prueba de este hecho.
Fuente: Temas Clave de Aula Abierta Salvat – La Tierra, planeta vivo. Publicado en el año 1981
Autores: César Casquet, Jorge Morales, Mercedes Peinado, Manuel prieto y Antonio Rivas