Buscando en diccionarios y enciclopedias, podemos encontrar gran variedad de definiciones para la palabra juego, cuyo único punto en común es la insatisfacción que producen en todos aquellos que han intentado profundizar en el tema. Parece lógico que así ocurra, ya que hoy, en el primer cuarto del siglo XXI, este término engloba conceptos muy diferentes cuando no contrapuestos.
La definición más comúnmente usada, basada en el libro de cabecera de la materia, Homo Ludens, de Johan Huizinga, nos habla del juego como una libre manifestación de energía física o psíquica realizada sin fines utilitarios y con sometimiento voluntario a unas reglas, a un tiempo y un espacio establecidos.
El juego, sin embargo, entendido como una actividad acotada, aderezada, reglamentada, como algo que se toma y se deja determinados días a determinadas edades y durante horarios concretos, es solo una de las múltiples formas de juego.
En cualquier caso, esta definición sirve para aglutinar borrosamente las dos grandes áreas del juego bajo un epígrafe común: el concepto de juego que podemos identificar casi con el deporte (jugar al fútbol), y el que se equipara abiertamente con el de apuesta (jugar a la lotería). Se podría pensar inmediatamente que este último sí tiene fines utilitarios, pero, ¿acaso no los tiene el primero?
Para sostener esta diferenciación en cuanto al utilitarismo tendríamos que empezar por distinguir entre deporte profesional y aficionado, y después preguntarnos si otros juegos de sociedad o de ocio no persiguen el clarísimo y utilitario fin de relajarnos, de combatir el stress, en definitiva, de actuar como complementos al trabajo y a la actividad seria, de ser la otra cara de la moneda que hace posible que la moneda exista.
Lo que parece claro para nosotros es cuando una persona está jugando o está haciendo cualquier otra cosa. Jugar es algo distinto a todo lo demás y esta diferencia, desde un punto de vista psicológico y personalizado, estriba en la incertidumbre que el jugador experimenta con respecto a los resultados de su vivencia medie o no en ella interés crematístico.
El jugador no sabe que va a ocurrir, creándose en él un intenso proceso emocional ante la incertidumbre de poder ser igualmente ganador o perdedor en un futuro generalmente muy inmediato, lo que, sin duda, constituye el verdadero placer del jugador.
El juego siempre ha estado presente en la historia del hombre desde que inició los ensayos más primitivos de organización social. En las hordas y agrupaciones tribales nuestros ancestros debieron de invertir una buena parte de su tiempo en esa actividad misteriosa que significa jugar.
Sin embargo, solo desde hace unos años sociólogos, psicólogos y otros muchos estudiosos han comenzado a interesarse de forma seria por los distintos aspectos que presentan las múltiples facetas del juego, demostrando que el juego no tiene una importancia marginal, no acompaña al ser humano en un vagón de segunda en el viaje de su existencia, ni es algo que se detecte en las inclinaciones de la naturaleza infantil y, más tarde, en un reducido grupo de adultos.
Dada esta multiplicidad, algunos ensayos sobre el tema aparecen en esta misma colección, y la brevedad de estas páginas, el presente trabajo solo se dedica, de forma fundamental, a un aspecto muy concreto del juego: aquél en el que media un interés económico claro. Esto es, el Juego de apuesta o de envite, aunque en los últimos módulos, también se traten someramente otros aspectos del juego que no tienen estas características.
El tema podría parecer trivial, sin embargo, nadie con dotes de observación que haya frecuentado centros de juego, y menos si es jugador, podrá dudar de que, para muchas personas, el título de este módulo es una verdad absoluta, y, si el juego es una pasión capaz de igualar al amor, como éste podrá escoger a sus compañeros entre inteligentes o lerdos, cultos o ignorantes, jóvenes o ancianos, burócratas o poetas… ya que, para el juego, jamás han existido fronteras.
Fuente: Temas Clave de Aula Abierta Salvat – El juego: entre la habilidad y el azar. Publicado en el año 1982
Autores: Enrique López Oneto y Juan Manuel Ortega