Sabemos ya que una estrella, al final de su vida, pierde su energía nuclear y se hunde sobre si misma. En el primer estadio de ese hundimiento, se convierte en un cuerpo de gran densidad y relativamente frío, pero todavía podemos verla: es una enana blanca. Pero si la masa es suficiente para que se produzca un segundo fenómeno, sobreviene un derrumbamiento incomparablemente más catastrófico: los electrones quedan materialmente incrustados en los núcleos atómicos de todos y cada uno de los átomos, convirtiéndose en neutrones (partículas subátomicas sin carga eléctrica). Para que puedan soportar el peso de la estrella deben estar casi en contacto unos con otros. Se llega así a un nivel casi inconcebible, como es una estrella de neutrones.
Esta estrella tiene, por termino medio, solo unos veinte kilómetros de diámetro y una densidad cercana a cien millones de toneladas por centímetro cúbico. Ya no emite luz ni calor. Es una estrella muerta. Pero conserva su campo magnético que, precisamente por efecto de la contradicción experimentada, alcanza valores muy elevados. Gracias a las emisiones de este campo magnético- últimamente mediante observatorios situados en satélites, se han captado también emisiones de rayos X- se puede localizar a estas estrellas de neutrones, de las que se conocen ya varios centenares.
Por regla general, sus emisiones son intermitentes y perfectamente periódicas. Algunos períodos se acercan a los cuatro segundos, pero en la mayoría de los casos, son de solo una fracción de segundo. Cuando se descubrieron estas emisiones intermitentes se pensó en señales emitidas por seres inteligentes extraterrestres, tan perfectas era su regularidad, y se las llamó pulsares.
Se formularon las más diversas teorías de los pulsares, que fueron, desde 1968 hasta 1975, uno de los grandes misterios del Cosmos. Hoy se asocia a los pulsares con las estrellas de neutrones, suponiéndose que son las únicas radicaciones que estos cuerpos superdensos pueden emitir. La razón del corto período de estas pulsaciones se debería a que las estrellas de neutrones, por efecto de su propia contracción, giran sobre si mismas con una rapidez impresionante. Algunas en tres centésimas de segundo, o de otro modo, dan treinta vueltas en cada segundo.
Pero hay todavía más, por increíble que parezca. En teoría se admite que, para determinadas masas y presiones, los neutrones pueden a su vez colapsar y quedar materialmente triturados. La materia queda entonces de tal modo comprimida que puede alcanzar una densidad similar a varios cientos de miles de millones de toneladas por centímetro cúbico. Estamos ante un agujero negro. Los agujeros negros son hoy la bestia de los cosmólogos.
En ellos, las nociones de espacio, tiempo y energía experimentan un cambio radical, y obligan a emplear, para tratar de definirlas, una especie de idioma diferente. El campo gravitatorio de un agujero negro es tan fuerte que retiene todo y no deja salir nada. Por tanto, un objeto de esta clase no puede dar muestras de su existencia. En sentido contrario, atrae a cuanto se acerca a él, y se lo traga. Es como un inconcebible sumidero espacial que implacablemente va sorbiendo cuanto tiene a su alrededor. El tiempo carece de sentido en un agujero negro, y en cuanto al espacio, concebido como espacio relativista, experimenta, por efecto gravitatorio, una brutal distorsión. En este sentido, se puede hablar de agujero con cierta propiedad. Es como un agujero abierto en un espacio de cuatro dimensiones. Los especialistas han llegado a lucubrar que, a través de un agujero negro, puede llegarse a otro espacio, a otro Universo.
Fuente: El Universo. Autor: José Luis Comellas. Colección: Temas Clave.