Todos los animales realizan actos y la mayor parte de ellos no hace otra cosa. Muchos también hacen artefactos, es decir, objetos construidos o manufacturados tales como nidos, tejidos, camastros y madrigueras. Entre los chimpancés y otros monos existe alguna evidencia de pensamiento abstracto. Pero solo en el hombre la abstracción y la manufactura se han desarrollado totalmente y ésa es la razón de su éxito en la historia.
Con su complejo cerebro el hombre ha internalizado su comportamiento a través del laborioso proceso del pensamiento abstracto: lenguajes, filosofía, matemáticas… Con su débil cuerpo ha exteriorizado dramáticamente su comportamiento repartiendo por toda la superficie del globo los artilugios que le ayudan: máquinas, armas, vehículos, carreteras, obras de arte, edificios, pueblos y ciudades.
Ahí está el animal constructor y pensador, con las máquinas zumbando en torno y los pensamientos dando vueltas en su interior. Construcción y abstracción han llegado a dominar su vida. Podría creerse que el acto, el simple acto animal, debería permanecer oculto en él, sobreviviendo solo como un recuerdo de su antiguo pasado. Pero no es cierto. A través de todo el proceso ha seguido siendo una criatura de acción, un primate gesticulante, móvil, expresivo, contorsionado.
Está tan lejos del gigante supercerebro de la ciencia-ficción (alimentado con plasma, sin cuerpo físico) como en los tiempos de la cacería prehistórica. La filosofía y la ingeniería no han reemplazado la actividad animal. La han complementado. El hecho de que hayamos desarrollado un concepto de felicidad, y tengamos palabras para expresarlo, no suplanta el acto típico de estirar nuestros labios para sonreír. El hecho de que construyamos botes no suplanta la natación.
Nuestro deseo de acción es tan fuerte como siempre lo fue. El ciudadano de hoy en día, por muy impresionado que lo dejen los logros del artefacto y de la abstracción, sigue divirtiéndose con las mismas cosas eternas. Come y hace el amor. Va de fiestas donde puede reír, fruncir el entrecejo, gesticular y abrazarse. Cuando toma unas vacaciones sus máquinas le llevan lejos, a bosques, colinas o playas donde pueda revivir, en unas semanas robadas a sus ocupaciones, su pasado animal a través de simples actividades físicas como caminar, escalar o nadar.
Visto objetivamente resulta irónico que un ser humano vuele mil kilómetros en una máquina que cuesta millones para buscar conchas chapoteando en el agua de una bahía. O que otro que ha pasado todo el día operando una gigantesca computadora pase la velada jugando a los dados, bailando en una discoteca o riéndose con sus amigos mientras toma una copa. Y, sin embrago, eso es exactamente lo que la gente hace: aceptar sin cuestionamientos la irresistible necesidad de expresarse a si mismo a través de actos corporales muy simples.
¿Cuál es la forma que adquieren esos actos y cómo se manifiestan en cada individuo? El compartimiento humano no brota libremente. Está dividido en una serie de hechos separados y cada uno de ellos, tal como sentarse a cenar, tomar un baño o enamorar, tiene sus reglas especiales y su ritmo especial. Entre nuestro nacimiento y nuestra muerte podemos pasar por más de un millón de expresiones de comportamiento y cada una de estas expresiones de comportamiento, a su vez, es divisible en diversos actos.
Básicamente esos actos se siguen uno al otro en una secuencia de postura-movimiento. La mayoría de las posturas que adoptamos y los gestos que hacemos los hemos hecho miles de veces anteriormente. Casi todos se hacen espontáneamente, sin analizar y en muchos casos resultan tan familiares y naturales que ni siquiera sabemos cómo los realizamos.
Por ejemplo, si entrecruzamos los dedos, un pulgar queda encima del otro… pero en cada persona hay un pulgar que domina esa acción, y siempre que junte las manos, el mismo pulgar quedará encima. Sin embargo, es difícil que alguien recuerde cuál es el pulgar dominante sin repetir la acción de entrelazar las manos. Por espacio de muchos años hemos desarrollado una forma de entrelazar los dedos sin fijarnos en ella. Pero al intentar trastocar la postura, colocando el pulgar dominante bajo el otro, la posición resultará extraña e incómoda.
Fuente: Biblioteca de Divulgación Científica Muy Interesante – El hombre al desnudo
Autor: Desmond Morris