Los camellos y la herencia son los que me han servido para recuperar este artículo, que escribí hace ya unos cuantos años. En lo que viene a continuación, a modo de presentación, prima la nostalgia. Estoy seguro que te darás cuenta de ello. Nunca debemos olvidarnos de los tiempos pasados, aunque los años traten de sepultarlos.
Éramos todavía unos niños. Solo teníamos diecisiete años. Algunos, los más viejos, ya habíamos cumplido los dieciocho. Eran tiempos en los que la juventud empezaba a los veintiún años. Formábamos un fabuloso grupo de amigos.
Hasta nos constituimos en club, con nuestra Muralla Romana de fondo. Éramos muchos y bien avenidos, que disfrutábamos hablando de temas profundos en nuestras reuniones, bailando en verbenas y guateques, haciendo excursiones, comiendo, y, también, como no, escribiendo. (Permitidme que me abstenga de contar los detalles)
Teníamos hasta una revista en la que se publicaban los trabajos de los miembros que se aventuraban en el complicado mundo de las letras. Uno de los grandes escritores de aquellos tiempos, ya perdidos en la inmensidad de los tiempos, era el Conde Viztorenko.
Hace más de doce años, recibí del susodicho un cuento de fuerte aroma matemático, a pesar de que los camellos estén en el fondo de la historia. ¡Disfrutadlo!
El cuento del Conde Viztorenko
Cuenta la leyenda que murió el rico árabe Abén-el-Hassef dejando huérfanos a sus tres hijos, y encargándoles que se repartieran su herencia, consistente en 17 camellos. El testamento establecía las condiciones del reparto; la mitad de los camellos serían para su hijo mayor Tarif; la tercera parte, para el mediano Barag; la novena parte para el más pequeño Muley.
Enseguida se les presentó un problema a los hijos porque, al empezar la división de la herencia, se dieron cuenta que la mitad de los 17 camellos eran ocho animales y medio.
Después de mucho pensar decidieron consultar a Nasrudín, famoso por su sabiduría, que tras meditar un rato les dijo:
– “Tomad mi camella Abbú, que es la mejor de mi rebaño. Os la doy a condición de que una vez hecho el reparto me la devolváis. Pero. ¡Ojo!. Que si aquél a quien le tocara en el reparto se negara a ello, entonces los diecisiete camellos pasarán a mi propiedad”.
Dándose cuenta Tarif y Barag que, por elegir ellos primero, no tenían más que dejar en el último lote a la camella prestada, con lo cual sería el hermano pequeño quien tendría que devolverla, aceptaron el trato.
Con 18 animales los hermanos procedieron de nuevo a la división. Tomó Tarif, el mayor, su mitad, es decir nueve camellos, dejando el resto en la corrala, y entre los que dejó, a la camella Abbú. Fue Barag y tomó su tercera parte del total, es decir seis camellos, y dejó así mismo el resto, y entre ellos la camella prestada, en la corrala. Fue entonces el pequeño Muley y retiró su novena parte del total, es decir los dos camellos que le correspondían.
Comprobaron entonces los tres hermanos con asombro, que habiendo tomado todos ellos los camellos que les correspondían, les sobraba un animal en el corral, que no era otro que la camella Abbú, la cual, tal y como habían acordado devolvieron a Nasrudín.
Y los tres hermanos marcharon muy contentos y cantando grandes alabanzas de la sabiduría del alfaquí.