El billar es un juego universal, nadie lo puede discutir, de este a oeste, de norte a sur. Si alguien tiene dudas sobre mi afirmación, la universalidad del juego, tendrá que desecharlas al ver la imagen que tenéis en la parte superior de este artículo. La mayoría esbozaréis una sonrisa al verla, como me ocurrió a mi, pero, aunque el experimento de los participantes en esta singular partida entre dentro de lo estrambótico, no podemos dejar de sentir un cierto grado de ternura. Recuerdo aquellos tiempos vividos aquí en España, cuando mis amigos y un servidor eramos niños, en que jugábamos, en los solares que había entre las casas de mi barrio y en algunas calles, sin necesidad de disponer de complicados artilugios.
Nuestros juegos tenían dos fases perfectamente diferenciadas, la que ocupábamos en la construcción del artilugio y la que nos permitía disfrutarlo jugando. En muchas ocasiones era la primera fase la más importante, porque nos obligaba a dar rienda suelta a nuestra imaginación y a centrar esfuerzos en la elaboración. Aún recuerdo aquella moto de madera que me construyó un empleado del comercio de recambios de automóviles que tenía mi padre, que me permitió deslizarme calle abajo alcanzando altas velocidades (aún no tenía edad para valorar el riesgo).
Seguro que los que están practicando el juego del billar que vemos en la foto, no tienen otra forma de hacer carambolas e introducir las bolas en las troneras. ¿Os imagináis lo que disfrutarían si pudiesen utilizar una mesa auténtica? El mundo es así de injusto, pero tal vez a ellos no les importe. Seguro que no conocen la prima de riesgo. Su economía no depende de la manipulación de los mercados. A pesar de todos los pesares, disfrutan de más momentos de felicidad que muchos de nosotros.
Foto obtenida de Alligator Sunglasess