En general, la gente no suele pararse a reflexionar sobre cómo será su propia vejez. Solo cuando se encuentra inmersa en ella, junto con sus parientes y amigos, comienza la reflexión. Y es que la vejez, lo mismo que la muerte, constituye un tabú de primera magnitud para el ser humano.
La mayoría basa sus sentimientos en temores primitivos, prejuicios y tópicos más que en un auténtico conocimiento. Hay quien habla, con una visión optimista, de los años de la jubilación, de nuestros abuelos, de nuestros mayores, y piensa que la Seguridad Social solucionará sus problemas económicos, les proveerá de residencias agradables, así como de los cuidados médicos necesarios. En definitiva, sueñan con los «años de oro».
Sobre los que llegan a la vejez
Otra corriente de opinión, en cambio, no es tan optimista. Los viejos están acabados, anticuados, confusos, chochos. No es de extrañar, por ello, que muchos niños y jóvenes teman envejecer, que los adultos declaren frecuentemente que una vez acabada su edad madura preferirían morir, y que muchos ancianos no hagan nada por seguir viviendo.
Desde una perspectiva objetiva, la vejez no es ni un período detestable ni tampoco sublime. Como todas las etapas de la vida, tiene sus problemas y sus tristezas, pero también sus posibilidades de alegría y realización.
El envejecimiento
Ciertamente, hay que aceptar el proceso del envejecimiento y una posibilidad más cercana de morir, pero el viejo sano puede encontrar energía física y psíquica suficiente para adaptarse a los cambios y pérdidas, y hacerlo de una manera creativa. El problema principal reside en que el viejo se desenvuelve en una sociedad extremadamente dura para que él pueda vivir en ella.
Sus recursos económicos, en general, no son suficientes, encuentra con dificultad viviendas dignas, se le discrimina para el trabajo e incluso se le despide por el medio sutil y refinado de la jubilación.
Las enfermedades en los ancianos
También es evidente que el anciano tiene más propensión a las enfermedades, aunque no lo es menos el hecho de que los médicos y el personal paramédico suelen tratarle con prejuicio, siendo enviado a residencias sin la debida asistencia médica o a hospitales para crónicos donde se le «almacena». Debido a su situación de soledad y a sus dificultades sensoriales, son además muchas veces objeto de robos y crímenes.
A tener en cuenta
Podríamos resumir, siguiendo a Robert Neil Butler, que además de sus dificultades para sobrevivir, físicas y económicas, la gente de edad está afectada por multitud de mitos y prejuicios, entre los que destacan:
- El mito del envejecimiento cronológico, es decir, la idea de que la edad de un individuo se mide por el número de años que ha vivido. Todos sabemos la gran variabilidad que podemos encontrar en una persona, o entre persona y persona, desde las diversas perspectivas fisiológica, cronológica, psicológica y social. De hecho, los indicadores fisiológicos muestran una variabilidad mayor en relación con la media que en otras edades. También sabemos que hay «jóvenes» de ochenta años extraordinariamente conservados.
- El mito de la improductividad: aunque muchos creen que el anciano es un ser improductivo, está claro que, en ausencia de enfermedades y adversidades sociales, puede permanecer productivo e interesado por la vida. Hay cientos de octogenarios que así lo demuestran. El papa Juan XXIII revitalizando la Iglesia Católica, Golda Meir actuando en su país como una vigorosa primera ministra, Picasso siempre creativo, son algunos ejemplos relevantes y conocidos. Cuando una persona mayor se vuelve improductiva, habrá que buscar las enfermedades o circunstancias adversas causantes de tal situación y no atribuirla sin más a ese mal misterioso llamado envejecimiento.
- El mito del desasimiento, descompromiso o desvinculación, basado en la falsa creencia de que la retirada progresiva de los intereses de la vida forma parte necesariamente del proceso normal del envejecimiento.
- El mito de la inflexibilidad, de la incapacidad para cambiar y adaptarse a situaciones nuevas, circunstancia más relacionada con el carácter del individuo que con la vejez.
- El mito de la senilidad, es decir, de la pérdida de memoria, de la disminución de la atención y de la aparición de episodios confusionales, productos todos ellos de la lesión cerebral. Incluso se tachan de senilidad manifestaciones como la depresión, y la ansiedad, tan frecuentes en los ancianos ante las numerosas adversidades que les cercan. Asimismo, la desnutrición y las enfermedades físicas no reconocidas pueden producir una aparente conducta senil.
- El mito de la serenidad que, en contraste con los anteriores, sitúa al anciano en una especie de paraíso terrenal. Es fácil demostrar que los senescentes están sometidos a un mayor stress, que otros grupos de edades: enfermedades crónicas, jubilación, pérdida de seres queridos, soledad, etc. Todo ello origina mayor tendencia a la ansiedad, a la depresión y a la pena. E, inevitablemente, a la disminución de la autoestima, resultante además de su peor estatus social.
Fuente: Temas Clave de Aula Abierta Salvat – La vejez y sus mitos. Publicado en el año 1982
Autores: Jesús Sánchez Caro y Francisco Ramos