Que la música transmite emociones y puede crear o alterar estados de ánimo no es novedad. Desde un punto de vista neurofisiológico significa que libera los neurotransmisores o las neurohormonas necesarias para ello. La alegría o la belleza causan placer y el sereno placer está asociado a la liberación de serotonina y beta-endorfina, sustancia de la familia de la morfina. El funcionamiento del cuerpo humano es maravilloso; por ejemplo, cuando uno sufre por algo y llora, las lágrimas contienen endorfinas que sirven para mitigar el dolor o causar consuelo. Cuando uno lagrimea por otras causas, las endorfinas no están presentes. La música puede aplacar a una fiera o enviar a un hombre a la batalla. Pero el mecanismo por el que estas cosas suceden es ignorado todavía por la ciencia oficial.
Los indios que profesan el hinduísmo creen en la reencarnación de las almas. Según haya sido el comportamiento de un ser en una vida, la siguiente etapa será en un ser superior o inferior. Una persona que haya causado mucho mal puede, según estas creencias, reencarnar en una planta. Los indios se sientan cerca de una planta a la que quieren hacer crecer y le hablan o cantan, para consolar y animar al ser que está siendo castigado en ella. Los doctos generalmente miran con compasión a estas personas; lamentando profundamente la ignorancia y la superstición en la que están sumergidos. Y tienen una parte de razón, pero no toda la razón, porque las plantas sí crecen. Verdaderos científicos, que prefirieron ver de qué se trataba antes de ponerse a despreciar o condolerse de sus semejantes, colocaron plantas de la misma especie y en las mismas condiciones de fertilidad, riego e insolación, en lugares completamente silenciosos, en un lugar cualquiera y en recintos en los que rodeaban a las plantas de ciertos sonidos de frecuencias fijas. Las plantas que recibieron la irradiación de frecuencias de 1.000 vibraciones por segundo y 10.000 vibraciones por segundo crecieron tres veces más que las que lo hicieron menos. Casualmente la frecuencia de mayor potencia de la voz humana y la que más abunda tanto en el habla como en el canto es la de 1.000 ciclos por segundo. El control de «medios» o de «presencia» de los amplificadores resalta la banda alrededor de los mil ciclos para destacar la voz del cantante o acercar a la orquesta al oyente.
Los procesos químicos son afectados por los sonidos y por las ondas electromagnéticas; así, por ejemplo, la precipitación del oxicloruro de bismuto cambia de velocidad si se irradia el experimento con ondas electromagnéticas de 3.000 ciclos por segundo. Las ondas electromagnéticas no son ondas sonoras, pero hacen vibrar a las moléculas con momentos dipolares. En 1948 se patentó una radio electromecánica que utilizaba una sirena capaz de llegar hasta el megaciclo y detectar por «batido cero» una estación de broadcasting (comúnmente conocidas como radios de A.M.). También es conocido el tragicómico caso de la persona que tenía una amalgama en su boca y creía estar loca porque al dormir «escuchaba voces». En el silencio de la noche, este pobre hombre oía sin llegar a comprender un programa de radio que detectaba su muela tratada. Una nueva reparación dentaria eliminó la posibilidad de que se auto-internara en un manicomio. Por el motivo que sea, los hombres no somos indiferentes a los sonidos y a las radiaciones electromagnéticas que nos rodean; quizás afecten directamente algunos procesos electroquímicos, o es posible que los sonidos interfieran o intermodulen con las frecuencias cerebrales. No sabemos nada.
El comportamiento del cerebro con respecto a los sonidos tiene aspectos extraordinarios y sorprendentes. Antiguamente usábamos bafles con altavoces de quince pulgadas y madera maciza o terciado fenólico enchapado en madera fina de dos pulgadas de espesor y refuerzos interiores. Levantar uno de estos transductores requería dos o tres personas y era el sueño de todo audiófilo llegar a la frecuencia de 32 Hz. Hoy encontramos equipitos con altavoces de cinco pulgadas y gabinete de plástico que hacen las veces de sub-wooffers y uno se pregunta: ¿de dónde saca tantos bajos este equipo? ¿Me cambiaron las leyes de la acústica? Afortunadamente no. Sucede que se hace uso de una disciplina reciente que se llama psicoacústica. El cerebro reconstruye una nota fundamental faltante si puede escuchar sus armónicas; basta, entonces, con reforzar las armónicas de los sonidos más bajos que el equipo es incapaz de reproducir, para que nuestro «cerebrito» rellene las brechas. La verdad, suena muy bien, pero cansa; de verdad, produce fatiga, sueño y hasta dolores de cabeza, si se escucha durante mucho tiempo. También existe lo que se llama la frecuencia mínima de una habitación. Las ondas sonoras se reflejan y se anulan en ambientes que no tienen las medidas adecuadas para soportarlas. Un living normal no baja de los cincuenta ciclos en el mejor de los casos. Por eso el sonido es más limpio y pleno en grandes recintos, como templos, teatros o cinematógrafos.
Juan Sebastián Bach era erudito en varias materias, no solamente en la música. Llegó a estudiar la acústica de ciertos templos donde iba a ser ejecutada la música que le habían encargado, para aprovechar las resonancias y crear efectos sonoros que no son audibles en otras partes.
Las grandes catedrales góticas del Medioevo no son únicamente templos «cristianos», por tener forma de cruz o de doble cruz y el altar hacia el Este (los fieles viajan hacia la luz -el orto del Sol en los equinoccios-). La forma entera del edificio constituye un texto que puede ser leído y una melodía permite construir su geometría completa; esto, por supuesto, para los que están en posesión del código necesario. Francia era conocida antiguamente como la Galia, el país del gallo. El gallo es el símbolo de Hermes Trimegisto, el mítico creador de la alquimia. Sobre las cruces que coronan las torres más altas de las catedrales góticas de Francia están parados invariablemente unos gallos metálicos, como las cruces. Tengo entendido que el genial pintor Salvador Dalí fue excomulgado por haber pintado a Cristo en la cruz, pero visto desde arriba, como desde la posición del Dios Padre. Nadie protestó jamás porque un ave de corral fabricada por la mano del hombre se parara arriba del símbolo de la cristiandad. (En realidad, Cristo no murió en una cruz, sino en un madero vertical, pero ese es otro tema). En las proporciones de los edificios notables hay acordes mayores y menores, consonantes y disonantes y basta con leer a Spengler y otros notables para ver que “la arquitectura es música congelada.