Hay una ley que desde siempre figura entre los inalterables principios de la Física: el principio de la conservación de la energía. Pero, cuando en los años treinta (siglo XX), comenzaron las investigaciones sobre la desintegración del átomo, surgió la duda sobre la consistencia del citado principio. Algo fallaba… ¿Se perdía energía?
Cuando se llevaba a cabo la desintegración beta de un átomo se comprobaba que la energía liberada no coincidía con la que, en teoría, se debía producir; era menor que la prevista. ¿Qué pasaba? ¿Fallaba el principio? ¿Se había perdido energía?
En el año 1931, el físico Wolfgang Pauli elaboró una hipótesis que podría servir de explicación: además de las partículas, ya conocidas, emitidas en la desintegración beta, debía producirse la expulsión de alguna otra desconocida. Esta partícula nueva sería la que aportaba la energía que faltaba.
Fue Enrico Fermi el que, después de un profundo estudio de la desintegración beta, coincidió con Pauli y bautizó a la partícula desconocida con el nombre de neutrino que, en italiano, significa algo neutro de tamaño pequeño. Se sabía (o se intuía) que el neutrino, además de una masa infinitesimal, no poseía carga eléctrica. Hoy se sabe que esta masa es inferior a unos 5,5 eV/c2. Eso significa que su masa es menor a una milmillonésima de la masa de un átomo de hidrógeno.
A pesar de la hipótesis de Pauli y Fermi, la comunidad científica, ante tan pintoresca teoría, consideró el cambiar el principio de conservación de la energía. Pero, en el año 1956, el neutrino era por fin detectado en una prueba experimental. Las leyes físicas, como había ocurrido ya en otras ocasiones, se habían adelantado, en sus planteamientos teóricos, a los descubrimientos que requerían comprobaciones experimentales. Así, los neutrinos no se ven afectados por las fuerzas electromagnéticas o nuclear fuerte, pero sí por la fuerza nuclear débil y la gravitatoria. De ahí el título de nuestro artículo, Neutrino: enigmático y extraño.