La máquina humana como cualquier otra requiere combustible y materias de construcción para mantenerse en marcha y en buen estado. Sin ingerir alimento y agua moriríamos en poco tiempo. En el caso del agua sería antes.
El cuerpo guarda reservas de combustible para que puedan ser utilizadas en casos de emergencia, almacena grasas y glucógeno que pueden ser consumidos para proveer energía, pero, aunque estamos constituidos por un 70 por ciento de agua, no poseemos ningún tanque de reserva de agua que pueda emplearse convenientemente cuando tenemos sed.
El agua es esencial para todos los procesos del organismo y no es sorprendente que su falta pueda producir alteraciones tanto físicas como mentales. Los aspectos físicos incluyen sequedad de garganta, debilidad muscular, perdida de elasticidad de la piel y escasez o ausencia de orina. Los aspectos mentales incluyen desorientación y aparición de alucinaciones: las visiones de oasis y bares supuestamente comunes en los cuadros de viajeros del desierto. Pero el fenómeno más destacado es, por supuesto, la sed.
La deshidratación del organismo produce una necesidad de agua, del mismo modo que la privación de cualquier sustancia necesaria para mantener la vida en un organismo desencadena la necesidad de obtener dicha sustancia. No es preciso conocer lo que falta para sentir la necesidad correspondiente, podemos tener la necesidad de vitamina C, por ejemplo, sin que seamos conscientes de que exista esta sustancia. En el caso de la necesidad de agua, sin embargo, nos damos cuenta de que necesitamos beber y nos dirigimos a buscar líquidos. El impulso que mueve nuestras acciones es la sed.
Cuando estamos sedientos y bebemos satisfacemos la necesidad de agua del cuerpo y reducimos el impulso de beber. Dejamos de beber y ya no nos preocupamos de buscar liquido. Pero ¿cómo sabe el organismo que necesitamos agua?
Una de las formas de detectar la cantidad de agua en los tejidos corporales se realiza a través de unas células detectoras especiales del encéfalo, localizadas en el área supraóptica del hipotálamo. Estas células, llamadas osmorreceptores, controlan la concentración sanguínea, que se mantiene normalmente constante dentro de un rango muy estrecho. Si el organismo ingiere poco líquido, o mucho, se sobrepasan los límites.
Cuando hay falta de agua la sangre se vuelve más concentrada, de forma que hay más del 0,9 % de sal normal en ella, esto se conoce como hemoconcentración. La sangre demasiado concentrada estimula los osmorreceptores y éstos envían mensajes a la parte interna del hipotálamo, donde se halla la hipófisis.
La vía principal de pérdida de agua del cuerpo, son los riñones, donde se forma la orina. La cantidad de agua que vuelve al torrente sanguíneo a través de los túbulos renales está controlada por la hormona antidiurética (ADH), secretada por la hipófisis, que provoca la reabsorción de agua. La hipófisis está siempre segregando una cierta cantidad de ADH para ajustar la concentración de la orina. Cuando la sangre está demasiado concentrada, los osmorreceptores estimulan la secreción de más ADH, se reabsorbe entonces más agua de la orina por el torrente sanguíneo y queda la orina más concentrada. Se conserva así agua, con lo que se impide una mayor concentración de la sangre.
Este sistema funciona también cuando hay demasiada agua en el torrente sanguíneo. Los osmorreceptores detectan esta anormalidad, se produce menos ADH en la hipófisis, la orina se hace más abundante y diluida y el exceso de agua se excreta para reducir el riesgo de acumulación de líquido en los tejidos.
El mecanismo controlador del equilibrio acuoso recibe ayuda de unas hormonas segregadas bajo la influencia de la hipófisis por la corteza suprarrenal. Las hormonas suprarrenales llamadas mineralcorticoides regulan la cantidad de sodio y potasio eliminada por la orina, dando así un posterior ajuste de la concentración sanguínea.
El hambre es equivalente a la sed en cuanto a que es un impulso que puede ser reducido por una conducta apropiada, que en este caso sería buscar alimentos y comer. Necesitamos una cierta ingestión de alimentos para cubrir nuestros requerimientos diarios de energía y de los materiales necesarios para el crecimiento y reparación de nuestros tejidos. Si la ingesta es muy elevada engordamos y si es baja adelgazamos. Hay, obviamente, un mecanismo que determina de alguna forma cuanto necesitamos comer.
En experimentos con animales, se ha encontrado que intervienen áreas del hipotálamo. Si en estos experimentos se destruye un área llamada núcleo ventromedial, los animales terminan comiendo y tragando todo alimento apetitoso que se coloque delante de ellos. Pero a la vez no muestran ninguno de los otros signos de la conducta del hambriento. No buscan alimentos ni comen más después de hacerles pasar hambre de lo que lo hacían antes. Esta área parece ser el centro de control del impulso de comer respecto a la disponibilidad de alimentos, no respecto a las necesidades calóricas del organismo.
Un área cercana denominada el hipotálamo lateral produce, al ser estimulada, los signos del hambre, incluso en los animales saciados. Comen como si estuviesen muriendo de hambre, engullendo incluso alimentos no apetitosos y bebiendo hasta engordar. Parece ser que el hambre es controlada por un equilibrio entre mensajes del núcleo ventromedial y del hipotálamo lateral.
Para prevenir la ingestión excesiva de alimentos hay señales de la boca y del estómago que rápidamente reducen el hambre. La simple distensión del estómago con un balón reduce el hambre pero no tanto como cuando se distiende por los alimentos. La comida tomada por la boca es más efectiva que la introducida directamente en el estómago.
El nivel de glucosa en la sangre es el factor principal que controla el hambre. Un nivel bajo de glucosa produce dolores de hambre: contracciones en el estómago e intestinos que provocan el recuerdo doloroso de la necesidad de alimentos. Pero hay otros factores, ya que necesitamos no sólo carbohidratos sino proteínas, lípidos, minerales y vitaminas en nuestra dieta.
La máquina hambrienta, representada aquí recogiendo alimentos, es una analogía mecánica de los impulsos biológicos y psicológicos del hombre por el alimento. Controlada por un sistema de pesas y una balanza en la cabina del vehículo, cuando el brazo del «hambre» (verde) baja, el engranaje se pone en movimiento, dirigiendo la máquina hacia los alimentos. A medida que éstos son empujados a la bandeja receptora, su peso la hace bascular, liberando pesas en la cabina y el equilibro se altera. El brazo de la «saciedad» (azul) desciende y cesa la actividad acumuladora de alimentos. De la misma forma, la necesidad de comer en el hombre es controlada por un equilibro entre el centro del hambre y el de la saciedad, en el hipotálamo. Cuando el hombre tiene hambre, las señales del centro del hambre inducen la búsqueda e ingestión de comida. Cuando llegan señales del centro de la saciedad, se detiene la alimentación.
La máquina sedienta es una analogía mecánica de la necesidad de beber. Cuando la máquina está sedienta, como se muestra aquí, el primer brazo de la balanza (verde) está abajo y se abre la llave del agua. El depósito se llena y mediante las poleas comienza a elevar el primer brazo. Simultáneamente, el agua que se derrama del tanque lleno hace girar la rueda de agua, haciendo bajar el otro brazo (gris). La llave se cierra y se acaba de beber. Mediante un principio de equilibrio parecido el proceso es controlado en el hombre por el centro hipotalámico de la sed (primer brazo) y la corteza cerebral (segundo brazo). De acuerdo con la masa de líquido corporal, los mecanismos de control determinan si hay que comenzar o terminar de beber.
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Información extraída de: La mente humana de C. Rayner
Biblioteca de divulgación científica «Muy Interesante»