No vamos a hablar de lo bueno y de lo malo que tienen la leche y el agua, de lo saludable o no que es beberse un vaso de cada uno de ambos líquidos o de llenar una bañera con alguno de ellos para relajarnos, vamos a intentar desentrañar lo que para algunos es un enigma y para otros un fenómeno natural: ¿por qué la leche se derrama cuando hierve y el agua no? Vamos a tratar de explicarlo.
Las moléculas de cualquier cuerpo se mueven entre sí con una determinada velocidad relativa en función de la temperatura que soportan. Cuanto mayor es la temperatura mayor es la velocidad. Así, cuando la leche se calienta en un recipiente colocado sobre un fuego de la cocina, el movimiento molecular aumenta y, como consecuencia de ello, las moléculas necesitan mayor espacio para desplazarse. El volumen del líquido aumenta debido a un incremento en la separación de las moléculas, lo que obliga a la leche a desbordar el recipiente, a derramarse.
El proceso seguido con el agua es similar, pero antes de derramarse se evapora, ya que el tamaño de sus moléculas es menor que las de la leche (no llevan proteínas y grasas). (En la leche también se evaporan las moléculas de agua que forman parte de ella, aproximadamente en un 85%). En el agua las moléculas no necesitan una temperatura muy alta para convertirse en gas, por lo que es muy difícil que lleguen a derramarse fuera del recipiente.
Aunque la temperatura de ebullición del agua a presión normal sea de cien grados centígrados, similar a la de la leche, posee la capacidad de evaporarse a temperatura ambiente. Lo vemos cuando pasamos la fregona en la cocina o en el pasillo. Al cabo de un rato la humedad del piso se ha esfumado, las moléculas acuosas se han mezclado con el aire, y lo han hecho con facilidad, porque estaban distribuidas en una fina capa. Esto también ocurre con las moléculas que ocupan las capas superiores del recipiente que está colocado sobre la cocina, se convierten en vapor.