Lo ves. Pasa con todos los pequeños. Nuestra perrita Rula, cuando va por la calle, sujeta con la cuerda, y se encuentra con un perrazo, que la puede comer de un bocado, se le acerca desafiante y, tras un gruñido, le ladra. Cuando el perro grande le planta cara, pensando, ¡qué querrá esta mocosa!, Rula retrocede con el rabo entre las piernas y se esconde entre nuestras piernas. Sé, por lo que me cuentan amigos y conocidos, que todos los pequeñazos son así de desafiantes. En un primer instante se hacen los valientes, para a continuación recular.
El caso del diminuto gato de la foto es similar, pero con un agravante, mira al perro y parece decirle, ¡qué pasa, tío! Pero no puede escabullirse, está entre sus patas, sin salida. O tal vez me esté equivocando y el gatito esté contándole al perrazo que es muy grande, muy fuerte, muy guapo… Ambos se están mirando a los ojos, comunicándose. ¿Son amigos? El ¡qué pasa, tío! tampoco es despreciativo. ¿Quién dice que los perros y los gatos no se entienden?
Imagen obtenida en Daily Picks and Flicks