Los virus están ahí desde siempre, desde antes de que el hombre apareciese sobre el planeta Tierra. Son seres que experimentan notables cambios con el paso del tiempo. Su evolución trae consigo cambios genéticos o mutaciones con el fin de sobrevivir. Hay virus que sufren grandes cambios en su estructura y otros pequeñas variaciones.
El SARS-CoV-2, el nuevo coronavirus que causa COVID-19, pertenece al segundo grupo, tal como indicamos en el título, lo que es una excelente noticia, ya que así los científicos serán capaces de crear una vacuna eficaz contra este virus.
Peter Thielen, biólogo molecular del Laboratorio de Física Aplicada de Johns Hopkins y candidato a Doctor en Ingeniería por JHU, ha dicho al respecto: «El virus ha tenido muy pocos cambios genéticos desde que surgió a fines de 2019. Diseñar vacunas y terapias para una sola cepa es mucho más sencillo que hacerlo para un virus que está cambiando rápidamente«.
El SARS-CoV-2 apareció por primera vez en China en diciembre, antes de extenderse rápidamente por todo el mundo. Todos sabemos cuales han sido las consecuencias de esa expansión. La pandemia ocasionada por el COVID-19 ha cambiado el mundo. Todos, de una manera u otra, hemos sufrido, y aún las seguimos sufriendo, sus consecuencias.
Winston Timp, profesor asistente de ingeniería biomédica en la Escuela de Ingeniería de Whiting y quien, junto con el profesor de medicina Stuart Ray, lidera el esfuerzo de genómica viral de Hopkins, ha dicho lo siguiente: «No será posible que podamos realmente volver a la normalidad hasta que tengamos una vacuna. La baja tasa de mutación del virus significa que debería ser posible generar una vacuna exitosa«. Y añade que también será posible desarrollar tratamientos contra la enfermedad.
La gripe llega cada año en una nueva versión, por lo que para combatirla hay que estar al tanto elaborando una nueva vacuna para la última cepa. Pero con los coronavirus no ocurre lo mismo, ya que, como hemos indicado, sus mutaciones son lentas, muy lentas.
Los científicos se están centrando en la proteína espiga del virus, la parte que se acopla con las células humanas y permite la entrada en el organismo. Se está intentando conseguir una vacuna que bloquee la capacidad del virus para infectar la célula a la que llega. Ello impediría al SARS-CoV-2 que generase una infección activa que propague la enfermedad.
Según Thielen, «hay regiones muy pequeñas de la proteína espiga que hacen contacto directo con el receptor en una célula humana, y estos son los objetivos de mayor probabilidad para los desarrolladores de vacunas. Hasta la fecha, no se han observado cambios en estas partes del virus en ninguna de las más de 20.000 muestras que se han secuenciado a nivel mundial«.
Para que cualquier virus se replique dentro de una célula necesita la utilización de una enzima llamada polimerasa. Hay virus, como el de la gripe y el VIH, que no tienen versiones precisas de sus genomas, pero hay otros que sí. El SARS-CoV-2 sí que tiene un genoma no variable. Ello traerá consigo que la enzima polimerasa, cuando se produce una replicación del genoma, identificará los errores que ha cometido y los corregirá. Lo que hay que conseguir es tratar de corregir las equivocaciones.
Habrá que controlar las mutaciones que se producen con el tiempo del SARS-CoV-2 y corregirlas. Con ello se conseguirá la eliminación de esta versión del coronavirus para siempre.
Thielen ha llegado a la siguiente conclusión: «A medida que pasa el tiempo, es probable que todos tengamos una conexión personal con alguien que haya sido afectado por el virus. Lo que observamos en los datos locales y globales proporciona una excelente garantía de que estamos en el camino correcto«.
Fuente: Johns Hopkins University