«Es el propio retrato de su padre» (o de su madre, o de su abuela…). El parecido de los hijos con sus padres, y aun otros familiares, nos resulta trivial. Estamos acostumbrados a aceptarlo, no solo en los rasgos físicos, sino en los intelectuales, en los gestos, en las actitudes. Pero durante mucho tiempo ha sido un misterio incomprensible.
El escritor francés Michel de Montaigne se preguntaba en 1580: «¿Qué clase de monstruo es la gota de semen, que transmite las impresiones, no solo de la forma corporal, sino de los pensamientos y las inclinaciones de nuestros padres? ¿Dónde aloja esta gota de agua ese número infinito de formas? ¿Y cómo puede parecerse un bisnieto a su bisabuelo y un sobrino a su tío?«
Del padre y de la madre
En la actualidad solemos repartir más o menos por igual el parecido de los niños entre las familias materna y paterna. No todo el mundo ha estado de acuerdo. Un caso extremo se encuentra en algunas tribus matriarcales, como las de las islas Trobriand (Papuasia), que, según los estudios de Bronislaw Malinowski, no reconocen la relación entre sexualidad y paternidad, por lo que no atribuyen al padre ningún papel en la generación de los hijos; los hijos pertenecen al clan de la madre.
El papel de la madre
Como el papel biológico de la madre es mucho más obvio que el del padre, nadie se atrevería a negarlo. Pero Aristóteles, en La generación de los animales, siglo IV antes de Cristo, la considera poco más que como recipiente o incubadora donde crece la semilla depositada por el padre.
La madre aporta la «materia» y el padre la «forma», o sea, la información necesaria para el desarrollo de la criatura. La idea profundamente «machista» de que las cualidades del hijo son determinadas solo por el padre aparece mucho más clara entre los biólogos «preformacionistas espermistas» de los siglos XVII y XVIII, que creían ver en cada espermatozoide un niño ya completo y listo para crecer en el vientre de la madre.
El cristianismo y la genealogía
Nuestra tradición cristiana atribuye al alma un papel crucial como responsable de nuestra personalidad, pero en la práctica le ha hecho poquísimo caso. La creación independiente y divina de cada alma podría haber sido una base excelente para un concepto igualatorio y fraterno de todas las personas, al menos en cuanto a las virtudes y potencias del alma.
Por el contrario, los siglos en que el cristianismo tuvo su mayor influencia entre nosotros fueron también los de la obsesión por la genealogía: se prestaba más atención a las presuntas virtudes de los antepasados que a las propias.
Sobre la herencia biológica
Los trabajos científicos serios sobre la herencia biológica empezaron en 1865, con la publicación de Investigaciones sobre híbridos de plantas, por Gregor Mendel, punto de partida de toda la Genética, y de Carácter y talento hereditario, por Francis Galton, primer tratado de Genética humana.
La aplicabilidad de los resultados de Mendel al hombre fue demostrada por Archibald Garrod en 1902, al tiempo que encontraba la base bioquímica de una enfermedad hereditaria y abría así todo el campo de los «errores innatos del metabolismo«. En nuestro siglo, la Genética humana ha sido una ciencia pujante que ha alcanzado resultados espectaculares.
Obsesión por la genealogía
La sociedad española ha estado obsesionada con la genealogía. La herencia ha determinado no solo la sucesión en la corona, en los títulos nobiliarios y en las propiedades, sino incluso en los oficios más humildes, a través del gremialismo y la servidumbre. Las pruebas de hidalguía y limpieza de sangre determinaron durante siglos las posibilidades sociales de los ciudadanos.
Ejemplo de esta obsesión es el libro Discurso en favor del Santo y Loable Estatuto de la Limpieza por Bartolomé Ximénez Patón, notario del Santo Oficio, publicado en Granada (1638) y que empieza: «De cuatro años a esta parte parece que algunos descendientes de moros, y de judíos, y de luteranos, y de otra secta…, se han atrevido a intentar que les reciban en las comunidades de Colegios, Religiones, Iglesias y familias, que por leyes de los Reyes Católicos de España, y Bulas de los Sumos Pontífices Romanos les está prohibido«.
No debe extrañar que ya en 1594 Luis Mercado publicara en Madrid un texto sobre enfermedades hereditarias (De morbis hereditariis) ni que España sea, al parecer, el primer país donde se alegaron razones genéticas para negar la paternidad: las Cortes de Cádiz desposeyeron de sus derechos sucesorios al príncipe Francisco de Paula por su parecido físico con Manuel Godoy, que había sido valido omnipotente del rey Carlos IV y amante de la reina María Luisa.
Aparte de su evidente injusticia, esta obsesión ha perjudicado al país privándolo del concurso de muchas personas silenciadas o exiliadas, o, más comúnmente, no educadas en forma que permitiera aprovechar sus cualidades. La promoción social quedó casi restringida a aventureros, conquistadores, clérigos, toreros y agraciados de la lotería, según las épocas. Y todo ello sin producir la ansiada estabilidad.
Fuente: Temas Clave de Aula Abierta Salvat – Nuestros genes. Publicado en el año 1981
Autor: Enrique Celdá Olmedo.