No sabemos si surgió antes, durante o después, pero está claro que la teoría de la información va emparentada con los ordenadores. Esta teoría es una teoría matemática que se ocupa del estudio de las propiedades de los mensajes y, por ello, ha influido notablemente en el desarrollo de las computadoras u ordenadores. Aunque se creyó que la teoría de la información podía ser de gran utilidad al aplicarla directamente en la psicología, pronto se descubrió que la medida de la información almacenada en el cerebro humano era muy difícil. Eso no quiere decir que dicha teoría no contribuyese positivamente en el desenvolvimiento de algunas ideas de ámbito generalista.
De estas ideas, tal vez la más importante es la que apunta a que el hombre es un sistema que recibe, elabora (o procesa) y produce información. Como seres humanos disponemos de los sentidos para recibir información, y también para conservarla almacenada. A partir de ahí elaboramos un resultado. Así, por ejemplo, si nos plantean un problema, buscamos en la memoria y, en conjunción con nuestra capacidad intelectiva, tratamos de resolverlo. Uno de los descubrimientos más importantes relacionados con esta forma de actuar es que la capacidad de manejar la información y de elaborar resultados tienen siempre límites.
Existe la llamada memoria a corto plazo, también conocida como memoria inmediata, que es la que permite un almacenamiento de datos durante un breve periodo de tiempo. La memoria a largo plazo soporta la conservación de la información durante mucho más tiempo. La cantidad de información que podemos mantener en la memoria a corto plazo es siempre limitada.
Investigaciones realizadas a principios de los años ochenta del pasado siglo cambiaron la concepción que se tenía sobre la memoria en el ser humano. Ya no se considera como un almacén en el que se amontonan y confunden los recuerdos sino como un mecanismo en constante actividad capaz de reelaborar de forma constante la información, en conexión con la inteligencia.
Cuanto mejor se comprende una situación y, en consecuencia, mejor se organiza, en función de la actividad intelectual, mejor se recuerda. La memorización sin sentido, sin entender lo que se almacena en una zona específica del cerebro, no tiene ningún valor. Antes de memorizar hay que entender y comprender todo lo que se intenta guardar. Si se hace así, será más fácil recuperar esa información cuando se necesite.
Fuente: He encontrado información para escribir este artículo en La inteligencia: su crecimiento y medida, escrito por Juan Delval.