Hay dudas sobre si un acto es innato, pero no hay ninguna cuando se trata de saber si lo que constituye nuestra anatomía es genéticamente heredado. No podemos aprender un brazo o una pierna como podemos aprender a saludar o a dar una patada.
El campeón de lucha y el inválido de nacimiento tienen exactamente el mismo número de músculos, aunque en el luchador estén más desarrollados. El contorno que nos rodea no puede alterar la construcción humana básica, excepto en casos extremos, como mutilación accidental o quirúrgica. De donde se deduce que, si heredamos básicamente el mismo tipo de manos, brazos y piernas, probablemente gesticularemos, cruzaremos brazos y piernas de la misma forma, cualquiera que sea la cultura en que vivamos.
En otras palabras, cuando vemos al nativo de Guinea cruzando los brazos exactamente igual que un banquero alemán o un granjero tibetano, no observamos un acto innato sino un acto descubierto.
El guineano, el granjero, el banquero, heredaron un par de brazos del mismo tipo, y en un momento de sus vidas, tras varios intentos, descubrieron, cada uno por su cuenta, la posibilidad de cruzar los brazos sobre el pecho.
Dado que habían heredado esa clase de brazos, era natural que, sin copiarse unos a otros, llegasen a idéntica forma de cruzarlos. Aquí estamos a medio camino de lo innato. Es un acto basado en una sugerencia genética a través de la anatomía, en lugar del orden general genético.
Todos los humanos nos autodefinimos, entre otras acciones, por lo que se llaman posturas. Si nos ponemos delante del televisor, viendo una película, un telediario o cualquier otro programa, podremos descubrir que las diferentes personas que aparecen adoptan particulares posturas. Cada uno queda perfectamente definido por la forma en la que se muestra a los ojos de los demás.
Nuestros actos descubiertos se adquieren inconscientemente durante nuestro crecimiento. No sabemos cómo llegaron a nuestro mundo y en muchos casos ni siquiera sabemos cómo los hacemos.
Así no sabemos cuál es el brazo que queda encima, ni cómo movemos las manos al hablar. Muchos de estos casos son los que han llevado a las interminables discusiones sobre lo innato o lo adquirido a las que antes aludíamos.
De lo que no hay duda es que los actos descubiertos están ahí. Cada persona marca su devenir en función de esos descubrimientos. El tiempo puede marcar cambios en estos actos y modificarlos, cambiándolos por nuevos descubrimientos.
Fuente: El hombre al desnudo de Desmond Morris. Publicado, en el año 1977, por Muy Interesante, Biblioteca de Divulgación Científica