De la misma forma que un partido político no es un equipo de fútbol, un político no debe ser un futbolista. Pero al parecer la realidad contradice nuestros deseos y los de una gran cantidad de españoles que ven, en la clase política, uno de los grandes males que aquejan a este país porque los políticos quieren ganar a toda costa. Lo vemos diariamente, sobre todo cuando nos encontramos inmersos en una campaña electoral.
Digo que un político no es un futbolista porque el teórico representante de la ciudadanía no debe someterse a las imposiciones de un fichaje, algo esencial en los que se dedican a pegar patadas al balón. Porque un político, aunque debe defender y respetar lo que se dicta en el partido al que representa, no debe sólo empeñarse en salir en la foto. Un político no debe enfocar su carrera hacia su beneficio personal, ya que está ahí como representante de sus electores.
Un futbolista busca el éxito cuidándose, tratando de jugar lo mejor que sabe y fichando, si es posible, por uno de los grandes, de esos equipos que pagan mucho y que suelen estar arriba, ganando títulos. Los buenos futbolistas triunfan porque defienden y se amparan en el juego en equipo. Saben que los individualismos conducen al fracaso.
Muchos políticos sólo persiguen el bien personal. No les importan ideologías ni idearios. Sólo quieren conseguir el poder para chupar del frasco. No tienen vergüenza. Saben que tienen que ganar, no importa con que equipo. No tienen escrúpulos. No persiguen el bien de los ciudadanos.
Al considerar que un político no es un futbolista, nunca debe dejarse seducir por los beneficios de un fichaje, debe ser responsable y coherente, seguir defendiendo lo que siempre defendió. Pero ya sabemos que en muchos casos nuestra afirmación no es cierta y que lo único que quieren muchos políticos es ganar, y no precisamente partidos.